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El Puente. León Molina

Toros

Toros

No he podido evitar ver la cornada que recibió hace unos días el torero Israel Lancho, dado que ha sido ampliamente difundida por los medios de comunicación. En televisión repitieron hasta la saciedad el lance -¿se dice así?-. Pero sobre todo la cogida quedó registrada en una foto de Gorka Lejarcegi. Es una foto impresionante, magnífica. El punto de vista del objetivo se sitúa en la parte trasera del animal y se puede observar todo su ancho y musculoso lomo hasta llegar a una zona brillante y húmeda de un vivo color rojo. En el centro de esa mancha unos palmos de metal sostienen una cruceta de esparadrapo también rojo como  el capullo de una flor de sangre, o bien como la cruz mortuoria de un sepelio anticipado y seguro del toro o una premonición que hubiera saltado hasta allí desde el pecho del torero. Un poco más allá los dos inmensos cuernos se abren como un puerto anchuroso que guarda la belleza y la tragedia de la naturaleza, que se manifiesta independiente a la situación anecdótica de la lidia. El cuerno de la derecha es sujetado en su base por la mano ensangrentada del torero y donde comienza la curva que conduce hacia la punta del pitón encontramos la otra mano. Curiosamente las dos manos nos muestran su dorso, de modo que su posición no es la que se supone instintiva de parar el golpe, sino más bien como si el torero acogiera ese cuerno que ya siente en el interior de su barriga. La punta del cuerno está allí dentro tratando de reconocer el lugar donde se alojan los instintos que le van a causar la muerte. El cuerpo del torero, haciendo centro en el pitón configura un amplio arco con los talones y la nuca buscándose. La cara del torero mira directamente al cielo con la boca desmesuradamente abierta en un grito de dolor que sale desde el papel para llegar a nuestros oídos. Una vez más el toreo nos muestra su capacidad ilimitada de crear composiciones plásticas de singular belleza.  Una belleza que nos deja perplejo y, las más de las veces, nos levanta el estómago.

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