El reencuentro
Tengo un hijo adolescente que está como pasmado ante la vida y sus obligaciones. No hace nada. No estudia. En este momento su situación académica está patas arriba. Yo como padre me enfrento a esta situación y lucho por todos los medios que están a mi alcance para que conecte con la rutina de las obligaciones y se enganche de nuevo al camino de los estudios. Porque en la vida de adulto le va a ser necesario. Es lo razonable. Sin embargo no puedo dejar de acordarme de que yo viví una experiencia parecida a su edad. Recuerdo el aburrimiento de los estudios y de todo lo reglado, al mismo tiempo que sentía en mi interior la profunda intensidad de vivir hasta el más nimio acontecimiento. El simple vivir, el paso del tiempo, las conversaciones con amigos, el sabor de un cigarrillo en la gélida soledad del parque en invierno, el eco de algunas frases que surgían misteriosamente de mi cabeza y que me seducían por su belleza, eran para mí una experiencia incomparable. El instituto, la familia, las vidas de la gente, todo quedaba atrás gris y carente de atractivo. En aquellos días en que yo torturaba a mis padres, estaba germinando en mí la pasión de vivir. Luego, en algún libro encontré el estremecimiento y la pasión del conocimiento, de la belleza. Siendo aun muy joven comprendí que no existe un placer más intenso y duradero que el conocer y que para conocer de verdad, para no ser una grabadora de datos, hace falta la creatividad y que la creatividad no se produce sin cierto grado de excentricidad y locura. Creí firmemente en mi juventud que yo iba a ser un loco creador. No ha sido así. Terminé por convertirme en un hombre convencional. De todo aquello no queda más que el gusto por la lectura y recurrentes periodos de melancolía cuando me enfrento a mi perfecta y gris cordura. Mi hijo es una persona inteligente y llena de talento. Quizás también a él la vida le esté absorbiendo en la pasión del descubrimiento y no le queden ganas para enfrentarse a tonterías tan grandes como una clase de conocimiento del medio. Lo que más me apetecería en el mundo sería poder volver un montón de años atrás y buscar a mi hijo y proponerle hacer novillos y largarnos al parque a echar un cigarro mirando a las nubes y hablar de espléndidas tonterías mucho más hermosas que el runrún de los profesores. Pero eso es imposible, y yo soy su padre. De modo que no puedo prometerle mucho. Quizás tan solo poder mirarnos de nuevo sin ver nuestros ojos asustados por el tiempo. Sería sin duda un hermoso reencuentro.
2 comentarios
León -
Al publicar un artículo en el que me exponía tanto como el anterior, podría suceder ésto; alguien podría hacerte daño. Si no lo consigue en la medida en que podría haberlo hecho se debe a mi completa tranquilidad de conciencia respecto a mi dedicación y responsabilidad respecto a la educación y orientación de mis hijos, algo que, sea quien sea "Anónimo" no puede tener la más mínima idea puesto que es algo que sólo sabemos su madre y yo.
Mi hijo sí ha leído el artículo y ha demostrado mucha más capacidad de comprensión que el lector de vuelo bajo Anónimo, que se queda torpemente en las primeras matas del texto.
Me tildo a mí mismo de iluso, convencional y gris, todo lo cual Anónimo traduce porque me las doy de no sé qué y concluye que demuestro un egocentrismo impresionante. ¿Pero qué narices habrá leído Anónimo?.
Suelta lo de "hecer novillos con la educación de los hijos". Perdona la grosería, pero tú ¿qué coño sabes?.
Siempre se aprende.
Tendré que tener más cuidado con lo que escribo, es cierto; también lo leerán los bobos.
P.D. No hablaré nada más de este tema ni este artículo porque implicaría a un tercero.
Anónimo -
un saludo