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El Puente. León Molina

Un país normal

Un país normal El gran trompetista de jazz Chet Baker sabía extraer de su instrumento sonidos aterciopelados y envolventes. Y lo hacía a través de composiciones que sin embargo se encuadraban por derecho propio en el revolucionario bebop que cambió para siempre el jazz y, seguramente, toda la música posterior. A veces también cantaba. Y lo hacía con una sorprendente voz aniñada y femenina que más que cantar susurraba viniendo a ser una extensión de los sonidos de su instrumento. Su mente torturada por problemas de personalidad y drogadicción encontraban en la música toda la armonía que faltaba en su vida. Escuchar en silencio y soledad un tema de Chet Baker es obtener la paz y cordura de la belleza bebiendo en las fuentes de la locura. Esta mágica transformación está en la base de una parte considerable de las obras de arte. El orden y la belleza nacen del caos y la confusión. Por eso encontramos con frecuencia artistas  que andan realmente como perdidos en la vida ordinaria y muy mal dotados para resolver los problemas de orden práctico que esta, como a todos los demás, nos plantea. Para que surja la belleza hacen falta unas gotas de locura, o si lo prefieren, hace falta la irracionalidad de la sorpresa. La repetición de lo mismo, de los descubrimientos ya sabidos sin aportar novedades es aburrido y vulgar. Esto le pasa por ejemplo a la música de consumo que escuchamos a todas horas por la radio, o al cine desesperantemente tonto con que nos quieren machacar, o a la legión de poetas que escriben  como alguien que ha triunfado mediáticamente, o al arte plástico chorra con ínfulas de trascendencia que ya casi nos hace pensar que hacer el idiota con un pincel es algo respetable si se le echa el morro y las poses necesarias. El arte como mercancía es el más íntimo enemigo del arte. Quizás por eso hay hoy en día un buen nivel en la poesía en nuestro país, porque ni los más grandes consiguen ganar  un duro con ella. Esta necesidad de locura, de rotura del discurso sabido, puede incluso hacerse extensible al pensamiento en general en cualquiera de las disciplinas que se aplique, por lo que considero que el pensamiento, la cultura y el arte viven una época gris en nuestro país. Quizás se me podrían dar ejemplos de lo contrario, pero con toda probabilidad serían los frutos de algunos locos que tocan solitarios bellas baladas a la trompeta, mientras la mayoría se pone en los oídos tapones marca Bisbal. Lo normal es estéril y produce obras vulgares. Y nuestro martirizado país, por suerte, ya ha conseguido ser un país normal, por desgracia.

3 comentarios

León -

Desde luego. Es un honor que esté en tu estupendo blog. Saludos

Sebastián Mondéjar -

Por cierto, León, me gustaría reproducir "Un país normal" en mi blog. ¿Me das permiso?

Otra cosa es qué se entiende por "normalidad". Visto dede otra óptica, tal vez ser normal sea lo más difícil del mundo.

Sebastián Mondéjar -

Permíteme apostillar tu magnífico artículo con una "isla pensativa":

La cultura, como el arte, como la historia, siempre estuvo impregnada de escenografía, de espectáculo, de exhibicionismo. De manera que hoy –el futuro de ayer– ya consentimos que la escenografía, el espectáculo y el exhibicionismo constituyan por sí solos cultura, arte, historia.

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