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El Puente. León Molina

Un mundo sanmarinado

Un mundo sanmarinado Hace unos días estuve en Rimini por razones de trabajo. En un rato libre, me acerqué con los compañeros a la cercana San Marino, la hermosa y más antigua república del mundo Al regresar en el avión adormecido entre las nubes y las ciudades costeras que como juguetes se divisaban debajo comencé a imaginar un Albacete sanmarinense o incluso una  España de sanmarinos. El primer problema es el tamaño. La ciudad de Albacete tiene un término veinte veces mayor y seis veces la población de San Marino y la provincia ya ni cuento, con una extensión que podría contener doscientas treinta y tres veces a la serenísima república. Quizás esto es demasiado para constituir una pequeña, pacífica y olvidada república. En San Marino gobierna desde hace veinte años una coalición de socialistas y democristianos. Otro problema. ¿Se imaginan a PSOE y PP gobernando juntos en Albacete?. Además no hay un jefe de estado sino dos, los capitanes regentes que los nombra el Consejo General para un cargo de iguales competencias y que dura seis meses. Castell y Bayod alcaldes por igual y a los seis meses fuera, y otros. El Ejército de Voluntarios es testimonial y más folklórico que otra cosa. Usan el euro. ¿Resistiríamos la tentación de crear el duro o el real manchego?. En ninguna de sus entradas fronterizas hay garitas ni vigilancia, sólo letreros que dan la bienvenida. ¿Podríamos aguantarnos sin poner un guardia en su garita pidiendo papeles?. ¿Que no cabe un aeropuerto?, pues nos lo deja Rimini. ¿Que Rimini no tiene donde hacer un rally?, pues se lo dejamos nosotros. En fin un estado lo suficientemente pequeño para estar obligado a entenderse con los vecinos. En Albacete, según las dimensiones de San Marino, cabrían unas catorce repúblicas del to serenismas y en España unas mil cuatrocientas. Por ahí quizás podría replantear mis fobias nacionalistas. Mil cuatrocientas repúblicas con fronteras inexistentes entre ellas y las otras catorce mil del resto de Europa, con gobernantes del barrio que no soban mucho el asiento, con cuatro militares con mucho penacho para las fiestas, con una economía unificada con todas las del entorno, estados en fin que no dan disgustos a nadie ni se ponen moñas con sus hechos diferenciales porque todos son diferentes. De modo que, considerando lo dicho,  me concedo a mí mismo la ciudadanía de la Serenísima República de Nerpio Taibilla, me expido el DNI unificado de la Confederación de Repúblicas Europeas y les invito a todos ustedes a conocer mi pequeño país perdido en la paz de las  montañas.

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