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El Puente. León Molina

El Ché

El Ché

En una ocasión un individuo me repitió la conocida frase de que  “toda revolución tiene un coste de sangre”. Esta frase que me repugna profundamente, me movió a responder sin cortarme: “pues si la sangre ha de ser de alguien que sea la de los que queréis revoluciones, y si hay que pagar con sangre de inocentes, tu hijos o los míos por ejemplo, pues que sean los tuyos, ya que te veo tan mentalizado”. Bakunin lo dijo: “La revolución que exige que nos sacrifiquemos por ella, no merece la pena que se haga”, frase tan llena de sentido que es imposible refutar. Un paisano nuestro, el excelente escritor Cipriano Játiva, escribió: “A los revolucionarios no les interesa si el mundo que sale de la revolución es peor que aquel del que surge. Sólo les importa hacerla, esa es toda su gloria. Por eso gustan de las grandes estatuas.”.  Viene esto a cuento de la “reactivación”  que la figura del Ché está teniendo en nuestros días, en buena medida provocada por la reciente película protagonizada por Benicio del Toro en nuestro holliwoodiense mundo. Últimamente me encuentro el famoso icono de la cara del Ché por todas partes, hasta en los locales de peñas en los encierros veraniegos de la sierra albaceteña. El poder que emana de esa imagen hunde sus raíces en la desinformación y la falta de sentido crítico que mina nuestra cultura cada vez con más fuerza. Da igual que el Ché fuera un asesino sin escrúpulos que se puso las botas en el cuartel de La Cabaña fusilando a cuanto desgraciado caía en sus manos –se llevó por delante a gente de cualquier ideología política, con especial regusto por los liberales anarquistas- y por otras muchas endebles razones que sus ideas totalitarias convertían en ley, juicio sumarísimo y ejecución de enemigos vencidos o simples inocentes non gratos a la moral revolucionaria. El Ché impulsó y colaboró estrechamente en la limpia de todos los dirigentes revolucionarios que no eran estalinistas. Y para hacer la cosa más esperpéntica, casi todo lo que hizo, lo hizo mal. Fracasó en la guerrilla cubana donde fue un pésimo estratega y que al cabo ganó el Movimiento 26 de Julio y no él, fue un pésimo ministro que destrozó lo que había de salvable en la producción cubana, y fracasó en su delirio boliviano porque el pueblo pasaba de él. Eso sí, este loco sanguinario ha llenado el mundo con sus estatuas. Todo aquel que se sienta rebelde y quiera luchar por mejorar nuestro injusto mundo debería tener en el Ché y los ciegos revolucionarios como él, el ejemplo histórico de lo que no se debe hacer. Su estatua se ha pagado con el sufrimiento de millones de personas durante décadas, y lo que queda.

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