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El Puente. León Molina

Don Antonio

Don Antonio

Nuestra vida es tanto todo lo que hemos hecho como lo que nunca hicimos y pudiéramos haber hecho, tanto lo que hemos tenido como aquello que para bien o para mal no hemos tenido nunca, los sentimientos que disfrutamos o sufrimos y aquellos que nunca sentimos. En cada segundo de nuestra vida, crece a nuestro lado un auténtico barullo de posibilidades que se bifurcan y que no se sabe a donde conducen. Y en todos esos caminos también hay alguna parte de nosotros. He recordado a  una novia de la adolescencia. No puedo recordar la razón, si es que hubo alguna, por la que un día dejamos de vernos y por tanto de darnos aquellos besos infinitos que sólo los adolescentes son capaces de darse. Recuerdo también cómo en esta ciudad pequeña me la he cruzado en alguna ocasión. Un saludo sin detenernos, una sonrisa dulce y amable  y un “¿te acuerdas?” o un “estás igual de guapa que entonces”, o un “seguro que no sabes lo colado que estaba por ti”. Frases que ninguno de los dos pronunciamos pero que por un instante  perfuman el aire de nostalgia y nos sacan de nuestros asuntos y rutinas. Ella camina despacio por la acera, guapa todavía, quizás aun más guapa que entonces sin saber que en la curva de su cuello, en los pliegues de su ropa, hay una parte de mí, una de las partes que pude haber sido pero no fui.  Desde luego es una carga ligera, pues lo que no fui es casi nada, casi tan poco como lo que en realidad soy. Todo junto compone esos mundos sutiles, ingrávidos y gentiles de que habló el poeta y, como a él, me gusta verlos volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse. Ella no lo sabe, pero en sus ojos hay algunas pequeñas gotas de la estela que he dejado al caminar por este mundo, este mundo sin caminos en el que se hace camino al andar. Don Antonio y mi antigua novia caminan a mi lado esta tarde de verano con tormenta en que los truenos me han despertado y por un momento he descansado del fatigoso sueño de la vida.

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