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El Puente. León Molina

Campanas de la aldea

Campanas de la aldea

Considero, a la luz de la información disponible, que la inteligencia del ser humano es una adaptación exitosa de la especie al medio. Puede suceder que un día un factor externo acabe con nosotros tal como pasó con los dinosaurios –otra adaptación exitosa-, o pudiera suceder que desapareciéramos víctimas precisamente  del éxito adaptativo, que nuestra extraordinaria capacidad para intervenir en el medio lo destruya o agote (la estupidez es la otra cara de la inteligencia) y perezcamos cuando este medio quede en tales condiciones que no permita la vida. En cualquier caso, la menos probable de todas las hipótesis planteables acerca de la vida del ser humano en el Universo parece ser la de la eternidad. Desapareceremos. Seguramente hablamos de un periodo de tiempo lo suficientemente largo para que este fenómeno carezca en realidad de importancia; ya se sabe, nosotros y un montón de generaciones venideras estaremos más bien calvos. O puede que sí importe si consideramos que no somos más que un vagón de mercancía genética que viaja por el universo camino de un destino desconocido. Somos portadores de vida, ese magnífico accidente físico químico que anima la materia y le confiere un grado de actividad y autonomía extraña y prodigiosa. Si así fuera, nuestra vida sería algo así como un préstamo de la naturaleza y deberíamos ocuparnos de perpetuar el viaje ciego hacia no sabemos dónde, porque ella tampoco sabe dónde va como la mera observación demuestra. Son plazos tan largos y destinos tan desconocidos que la inteligencia, ante su contemplación, se dobla como una espiga bien granada. Ante este desasosiego la inteligencia en una pirueta desesperada construye el asunto y la trama de las religiones. Y el hombre levanta iglesias, como esta recoleta de mi aldea cuyas campanas resuenan por los montes congregando a los fieles. Antes de entrar ya llevan de oficio mis bendiciones, y con ellas el ruego de  que no hagan mucho ruido, que esta tarde estoy sólo en el Universo arrullado por el estupendo silencio melancólico que envuelve a los que no tenemos remedio ni salvación. Como dicen en mi pueblo: “gasten modo”.

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