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El Puente. León Molina

No estaba tan lejos, no era difícil

No estaba tan lejos, no era difícil

El pasado fin de semana tuve la suerte de llevar a cabo distintas actividades realmente placenteras en mi casa en el campo, esas sencillas cosas que nos proporcionan una alegría tranquila que, quizás, es lo mejor que podemos obtener de la vida. Compartí con amigos charla amena, con mi compañera anduve perdido por las profundas serranías, pasé también largas horas solitarias fotografiando pájaros esquivos, el primer sol primaveral me abrazó como un familiar que vuelve de un largo viaje mientras hacía leves faenas en el jardín. Pero lo bueno a veces puede ser todavía mejor. Por la noche, frente a la chimenea abrí el nuevo libro del poeta Joan Margarit titulado No estaba lejos, no era difícil. Desde el primero hasta el último poema sentí la profunda conmoción de la gran poesía, aquella que no pasa por delante de nuestros ojos solamente como un ejercicio más o menos conseguido de destreza, sino como profunda verdad que nos conmueve y que nos hace repensar la vida. Es uno de esos libros que no nos dejan seguir siendo quienes creemos ser y nos hacen cambiar, aprender, crecer. Margarit ha escrito este libro a los setenta y cuatro años y es un libro sobre la llegada al último tramo de la vida. Margarit siente que esa edad no estaba lejos al contrario de lo que solemos pensar a lo largo de nuestra vida aferrada por lo general a valores de juventud tiránicamente excluyentes en nuestra sociedad. Y piensa que no era difícil aceptar esa edad con naturalidad. Para ello encuentra que el miedo no es más que falta de amor, un amor que bien entendido debe ser también aprecio por uno mismo, lo que él llama “dignidad” que no es entendible sin la inteligencia, inteligencia que en la vejez puede sustituir el aprendizaje por la exploración de todo lo aprendido. Un canto de esperanza en lo que él llama “acogedora tristeza”. Y todo ello dicho a través de poemas ciertos, sencillos y muy bellos. Utilizando interesadamente el título de su libro, yo podría hoy decir también que la alegría no estaba lejos ni era difícil, bastaba sincronizar el amor con la inteligencia. No falta tanto para que yo sea viejo según señala la melancólica belleza de estos montes y la emoción que he sentido al leer este libro.  Sólo se me ocurre decir con emoción y en voz baja “gracias”.

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