Gamoneda
En estos días el poeta Antonio Gamoneda está recibiendo todos los grandes premios (Reina Sofía, Cervantes) que vienen a unirse al Nacional de Poesía que ya había recibido por su libro Edad. Estos acontecimientos han traído a mi memoria un par de días que tuve la suerte de compartir con él hace tres años, cuando vino a Albacete, invitado por el grupo poético La Confitería, a leer sus poemas y a hablar con sabiduría de la poesía. Junto a los poetas Arturo Tendero y Javier Lorenzo, comimos, nos deleitamos en los vinos, paseamos por las calles de Chinchilla y, sobre todo charlamos pausada y deleitosamente. Recuerdo especialmente que las horas que habíamos dedicado supuestamente a acoger al poeta de nuestras queridas lecturas, se convirtió en la tarde en que fuimos acogidos por él, en el blando espacio de su sabiduría y corroboramos la sospecha de que sus poemas desolados en los que brilla la muerte, no son más que un canto a la vida y dentro de ella a la amistad y los brazos abiertos con generosidad para que otros disfruten lo que a él, con su triste biografía, le fue negado.
Aquel día, al llegar a casa, satisfecho e impresionado, escribí el texto que copio a continuación.
Aquel poeta era muy viejo. Era tan viejo que resultaba increíble que cada día pudiera llegar al día de hoy viniendo desde tan lejos. Si se observaba bien, sin embargo, podía uno darse cuenta de que sus ojos se quedaban atrás, que no llegaban con él. Escuchábamos complacidos la charla envolvente que despliegan los ancianos cultos y lúcidos, pero sus ojos nos miraban desde años pretéritos, absortos en la distancia. A la noche, al despedirnos en la puerta del hotel me dijo: “Amigo León, gracias por todo. He pasado una tarde muy agradable. Ahora descansaré lo que pueda, soy un viejo insomne. Adiós amigos, y escribid, que vuestro momento es ahora.” Y supe que cuando alcanzara la habitación con sus lentos movimientos, se sentiría relajado en esa casa de nadie, y que volvería a los lugares que sus ojos miraban durante la cena y que, tomando papel y pluma, con minuciosidad de orfebre se pondría a escribir los mismos poemas que ya escribiera. Y leí de nuevo en su Libro del Frío: “ Alguien ha entrado en la memoria blanca, en la inmovilidad del corazón. / Veo una luz debajo de la niebla y la dulzura del error me hace cerrar los ojos. / Es la ebriedad de la melancolía; como acercar el rostro a una rosa enferma, indecisa entre el perfume y la muerte.
3 comentarios
León -
Bueno, en serio, creo que no escuchar a los viejos es, en efecto, una grave pérdida para nosotros.
Y conste que no lo digo por interés corporativo... (je, je).
Vicente Muñoz -
Tras la lectura de tu columna,más allá de la obviedad del homenaje al poeta y a sus magníficos versos, a mi me ha cautivado y, porqué no decirlo, conmovido debido a las ausencias que salpican mi vida, la imagen de un Gamoneda Anciano,Sabio,Amigo, Padre y Abuelo, compartiendo su sabiduría con los que quieran beber de su fuente añeja.
Hemos perdido por culpa de los malos hábitos que sociedad tecnológica del ocio nos ha impuesto, la sana costumbre de aprender a escuchar a quien lo merece.
Resulta curioso que basta una casa rural sin t.v. y con chimenea para que, al crepitar de las llamas que hipnotizan a los que solemos cocer y enriquecer usando el microondas, las generaciones de la Playstation se unan por una vez a las de la tele en blanco y negro y, sentados en el suelo frente a las brasas incandescentes que sirvieron para preparar una suculenta chuletada,detengan su reloj y escuchen con la boca abierta las historias cargadas de vivencias personales que las generaciones de la radio de galena y el gasógeno tienen a bien revelarnos.
Para retroceder en el tiempo basta un poco de reposo, un cigarro políticamente incorrecto, un café con mucho azúcar y un fuego primitivo; todos nos convertimos en humanos y sin saber muy bien porqué, volvemos a nuestros ancestros para escuchar activamente al que más sabe de la vida, del amor y de la muerte con la complacencia del alumno que sabe que ha vivido, amado y por supuesto muerto muchas menos veces que el MAESTRO.
Por desgracia, el puente se pasa....volvemos a tener cobertura en nuestro móvil con cámara y mil y una pijadas inservibles y, de vuelta a la ciudad nos vamos deshumanizando.
Aparcamos a los de la galena y el gasógeno en ese hogar que huele a naftalina y a puchero y que mañana, por esos azares que la hipoteca y la letra del monovolúmen nos imponen, convertiremos en guardería-restaurante, y lo que es peor, en un templo silencioso donde dejaremos de escucharles y de mirales a los ojos y por ende, les aparcaremos en el rincón de los explotados y expoliados por sus semejantes sin darnos cuenta de que, encerrados en nuestra prepotencia de velocistas inexpertos, dejamos de lado el agua de su sabiduría y por tanto, no hemos aprendido ni asumido que la vida es una carrera de fondo donde, en el sprint final.....todos perdemos sin excepción tengas un reloj con gps o la varita de madera de un zahorí...y siempre vence la que tu y yo sabemos.
Diego -
León, cuando nombrás a la muerte en la obra de Gamoneda me hacés acordar a otra visión de la muerte, específicamente a la que nos regaló el inglés Neil Gaiman desde las páginas de The Sandman y luego desde las novelas gráficas Death: The Time Of Your Life, Death: The High Price Of Living y Death: At Death´s Doors. Sin manto negro. Sin guadaña. Sin esqueleto. La muerte es una chica linda, simpática y con un carisma único que sólo actúa según su naturaleza; divide lo que fue de lo que será. Queda claro que la muerte es una parte de la vida y mejor vivir bien. Porque sólo tenemos una vida y muchas de las crueldades de este mundo atroz no tuvimos que padecerlas, como por ejemplo, muerte súbita a los 9 días de haber nacido.
No es poco, verdad?
Un abrazo.
Diego.