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El Puente. León Molina

Baretos virtuales

Baretos virtuales Siempre pensé que, una vez doblado el Cabo de Hornos de la madurez y enfilado el último tramo de la vuelta a mi mundo, me dedicaría con calma a enriquecer mi vida interior. Pero resulta que lo que parece que se está enriqueciendo en verdad es mi vida virtual, mi vida en la red. Vida interior también, pero desplegada en una enorme sala de documentación y desplegada con los otros, no en el universo autista y  probablemente falaz de mi supuesta intimidad. Llevo algunos años creciendo como ciudadano de la polis cibernética en la cual debo ahora ser un adolescente. De modo que en el mismo espacio que ocupo como hombre maduro picando en la cincuentena, vive un chaval entretenido en hacer pandilla con sus nuevos allegados, por encontrar los tugurios en los que compartir el reventón de vida que habita en lo desconocido, en lo que vas haciendo tuyo poco a poco. Durante algún tiempo viví el acoso de las dudas fruto seguramente de mi educación progre un poco pureta. Que si lo virtual es una degradación de la auténtica dimensión social del ser humano, que debe ser personal, carnal. Que si la red posee sutiles mecanismos de dominación al servicio de no sé  qué poderes vaciadores de cerebros. Que si la propia magnitud de la red conlleva  estar perdidos en un universo inconmensurable. Que si el abundante juego de las falsas identidades que se dan en la red te hacen estar ciego y vendido. Que si siempre será mejor un libro. Pero vuelvan si quieren sobre estas últimas consideraciones y verán que son perfectamente aplicables a lo que nos sucede en la vida “real”. De modo que ya no me preocupo y ya no me entra la flojera intelectual cuando afirmo que lo virtual es real. Que estoy vivo y que del viejo tronco  rugoso ha nacido un nuevo tallo, fresco y vigoroso, visible sólo a través de la pantalla del ordenador. Así que todos los días tengo un rato para pasarme por entretenidos chiringuitos cibernéticos donde encuentro personas y conversaciones interesantes. O salgo a tomar el sol a bulevares de banda ancha desde los que observo entretenido las mil peripecias en que anda metida la gente. O me meto en bibliotecas infinitas donde encuentro información sobre cualquier tema peregrino que se me haya ocurrido. De modo que ahora vivo en mi entorno de amigos, de ciudad, de trabajo, de libros y vivo también en Internet. Y puedo, por ejemplo, desde aquí, mandar un saludo, entre otros, a todos mis amigos de www.elportalico.com,  parroquianos del bareto virtual en el que me echo unas cañas después de trabajar. A todos ellos: ¡Salud!.

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