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El Puente. León Molina

El escozor

El escozor Hace algún tiempo me construí una casa en una aldea de Albacete. Como necesitaba suministro de electricidad, estuve analizando las ofertas con las que contaba. La de Iberdrola me era muy simpática, con esos anuncios que hace en la tele llenos de verdes praderas y aire limpio en que relata su interés por nuestro bienestar. También contemplé la posibilidad de contratar con Iberdrola. Y por último, estudié también las tarifas de Iberdrola. Después de un detenido análisis me decanté por Iberdrola. Me acerqué a sus oficinas y les dije que quería ser cliente y comprarles electricidad por siempre jamás. Se les notaba la emoción. Aunque me dijeron que la instalación necesaria me la hiciera yo porque ellos no me la hacían ni pagando, de modo que me dieron faena por si andaba aburrido. Al analizarla comprendí que Iberdrola es una empresa que se preocupa por los profesionales de su sector a los que tuve que contratar sin remedio. Me dieron un croquis con la instalación para que se lo diera a mi instalador. Este amablemente lo fotocopió y se los mandó de nuevo para que ellos dijeran que estaban de acuerdo. Y yo solté unos eurillos de nada por el recado. La instalación se hizo muy bien hecha gracias a estas dotes adivinatorias de mi instalador, lo cual vino muy bien porque si no ya me avisaron que de luz nada. El poste del que iba a tomar el enganche, propiedad de Iberdrola se ve que no les gustaba, por lo que me indicaron que debía volver con mi instalador y cambiárselo por uno nuevo con cargo a mi bolsillo. O eso o no hay luz. Otro pastón. Por fin llegó la carta que yo creía el permiso definitivo. Pero no, era un modelo para que yo rellenara y firmara “cediéndoles” – o sea regalándoles-, mi instalación. O eso o no hay luz. Ni seis meses después vino un tío a hacer un clic (el enganche) que valía un pastón. Esto no me dolió tanto porque ya me lo habían cobrado hacía mucho tiempo, creo que fue en la primera visita, cuando me dijeron que mi cuenta bancaria era como una especie de clave que activaba los oídos electrónicos de los empleados de la compañía. Pasó un añito y mucha pasta pero al fin tuve mi luz. Eso sí a un precio  en la media del mercado (un huevo dividido por uno da un precio medio de mercado de un huevo). De modo que ahora, cuando paso por los postes y cables que les regalé después de tantas vicisitudes, me entra una tontuna, no sé, una sensación rara, como un escozor agudo en alguna parte de mi cuerpo, que se me pasa, eso sí, cuando empiezo a enchufar  aparatos hasta que aguante el automático.

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