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El Puente. León Molina

Gente abollada

Gente abollada

El grupo albaceteño Surfin´ Bichos hablaba en una canción de la “gente abollada”. Lo hacía particularmente el compositor de la música y la letra de la canción, Fernando Alfaro, uno de los músicos más originales y sugerentes que ha dado la música  de los últimos tiempos en España. Por otra parte, un libro del genial humorista gráfico Quino, se llamaba del mismo modo: Gente abollada. Desconozco si Fernando se inspiró en Quino para titular su canción o fue una coincidencia. Poco importa. El caso es que ese título y esa idea son  utilizadas por dos grandes creadores, cada uno en lo suyo, para dibujar de un preciso y poético trazo una visión distinta y penetrante de una parte importante de la gente que nos rodea, o quizás un poco de todos nosotros a la vez. La expresión “gente abollada” me pareció luminosa desde la primera ocasión en que la escuché. Porque algo abollado es algo que no está destrozado, roto o inservible, sino que guarda en sus formas los golpes del tiempo pero que puede, mal que bien, seguir cumpliendo su función. No encierra el tremendismo de lo destruido y acabado, sino una sórdida carga de historia que no tiene epopeyas ni grandes victorias que contar, sino más bien una geografía de pequeños o grandes fracasos. Esta idea, aplicada a la gente, nos describe casi la vida de mucha gente y quizás la vida de todos nosotros al menos en determinadas épocas. La expresión se quedó siempre conmigo y se incorporó a mi vocabulario mental. Y cuando camino por la calle miro a la gente con poca alegría en la cara, con agobios laborales que se adivinan en su prisa, con movimientos doloridos por un cuerpo al que le desafina alguna tecla y en mi cabeza resuenan las palabras “gente abollada”. Porque la vida, incluso para aquél que la vive de un modo gozoso, es un territorio duro que siempre acaba por llenar de magulladuras a aquellos que lo transitan. Esto es así, pero nos esforzamos en no verlo, o puede que simplemente veamos poco en general y con poca profundidad. Necesitamos a los artistas y poetas para ver de otra manera, para ver un poco más lejos. Porque más vale que sepamos que acabaremos todos bastante abollados, que posiblemente contemos ya con el número suficiente de abolladuras para ir comprendiendo que nada importa demasiado. Y así, con un poco de suerte, poder albergar cierta paz y esbozar de vez en cuando una sonrisa. Si no, podríamos caer bajo la mirada de Fernando Alfaro mientras susurra “ Y se ha echao a la calle con la boca apretada, con la mandíbula cuadrada y la mente vacía. Gente abollada, luces en la ciudad”.

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