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El Puente. León Molina

Semanas culturales

Semanas culturales La pereza mental de programadores culigordos y de políticos más preocupados por cuestiones que tocan más chicha de poder que la cultura, nos regalan  cada año sus semana culturales. No hay población por pequeña que sea que no tenga su semana cultural, aunque la pobrecilla no vaya más allá de una exposición de ganchillo, un par de peliculotas, un cantautor como Sabina pero en malo, que ya es difícil, y una  racial tonadillera de cuatro pueblos más allá para los abuelos. Pero si la ciudad es de cierto empaque, de todo esto habrá dos cosas y además algún montaje de esa cosa  que llaman teatro de calle y casi seguro algo de jazz que no escucha casi nadie  pero que viste mucho en un cartel. No hay verano sin semana cultural, como no hay hortera sin transistor. ¿Porqué todo el mundo hace semanas culturales?, ¿porqué las semanas culturales hay que hacerlas cuando aprieta la calor?, ¿es que la cultura refresca?, ¿porqué es siempre “semana” y no quincena o mes o semestre?, ¿porqué se juntan las actividades en vez de esparcirlas a lo largo del calendario?, ¿porqué son tan feos los carteles de las semanas culturales?, ¿qué hacen los concejales de cultura el resto del año?, ¿cuántos chavales salen del pub para ir a ver los magnos acontecimientos culturales que les brindan?, ¿a qué concepción de la cultura responde este esquemita tan repetido?. Y no se me queden mirando que yo no tengo las respuestas para tanta pregunta borde. Pero digo yo, ¿es que no da tiempo entre el fichaje de horario flexible, encender el ordenador, el almuerzo, los necesarios comentarios de la actualidad con los compañeros, los asuntillos burocráticos, las reuniones sindicales, ordenar la mesa, apagar el ordenador y el nuevo fichaje con horario flexible para inventar nuevos modos de programar cultura?. Pero si sobra por lo menos una hora u hora y media cada día para trabajar, que al año, quitando vacaciones, puentes y festivos, días de asuntos propios, bajas por gripe y depresión, son casi doscientas horas. Claro que el peligro puede ser enorme, porque si les da por currárselo, puede que lo que tuviéramos fueran veinte semanas culturales  y doy fe de que a algunos nos meten veinte teatros de calle y morimos en medio de atroces convulsiones. Por fortuna, más allá de los programas institucionales mucha gente sabe que no hay que esperar a la semana  cultural para vivir la cultura, del mismo modo que no están dispuestos a esperar a la semana del libro para leer. Las semanas culturales son cosa de los que no tienen nada que hacer en las otras 53  del año.

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