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El Puente. León Molina

Hacer el tonto

Hacer el tonto La expresividad de los españoles es proverbial. El otro día escuché a un chico que decía por teléfono móvil: “¿Que qué hice en Valencia, pues el tonto, eso hice, pero nada muy bien, fue todo estupendo, y muy interesante, tío”. Qué idioma tan sabroso y qué mentalidades tan frescas. Eso no lo hubiera dicho nunca un alemán. Si hizo el tonto, hizo el tonto y no pudo estar bien ni mucho menos interesante. Los españoles sí podemos hacer el tonto y entretenernos mucho. Todos recordamos aquel éxito musical de Los Ronaldos cuya letra decía machaconamente “hacer el tonto está muy bien”. Supongo que además del pop facilón y la voz nasal de niño pequeño de Coque Malla, uno de los grandes atractivos de esa canción estaba en esa frase, con la que los españoles en el fondo, en mayor o menor medida nos identificamos. Porque un húngaro o un bielorruso, por poner dos ejemplos, haciendo el tonto,  es un espectáculo con poco fuste y menos gracia. En España hacer el tonto es un arte que dominamos desde pequeñitos y que practicamos durante toda nuestra vida. Hacer el tonto, perder el tiempo, hacer el ganso sin más intención que reir y hacer reir es una de las habilidades nacionales en las que, a mi parecer, se repara poco. En España la gente en exceso seria y sesuda que se descoloca cuando los demás hacen el tonto, reciben el torrente caudaloso de nuestro talento verbal: “estirado, más serio que un ajo, más serio que una estaca,  aguafiestas, caracelga, amargado”, o la preciosa expresión “chafanidos”. Y si nos ponemos manchegotes, “secuzo” y “samugaco”. Pero todo ello para llegar siempre a la precisa y fatal “caramierda”. Y digo fatal, porque si algún desgraciado se gana el apelativo de caramierda está perdido. Llevará sobre sí un estigma que le pondrá la vida muy difícil en este país de artistas de hacer el tonto y de agitar con maestría el látigo del lenguaje y de las coñas y retrancas.   De hecho, hacer el tonto es el modo más eficiente de cortejo entre machos y hembras celtibéricos. En España el samugo liga poco, por más que su personalidad esté adornada con toda clase de cualidades. Si no las haces reír, machote, lo llevas claro. Cuento más dicharero y gansista, más papeletas para alejarse de las tristes noches solitarias. Pero con todo, es un arte difícil, porque el que se pasa cae en una nueva categoría maldita, la de “payaso”, con la “a” inicial muy larga, que ya es grave, pero si su nivel de payasería es especialmente alto, pasa a ser un “capullo”. Y ser un capullo en España es más duro que ser el malo en una película del Oeste.

2 comentarios

nuvol -

Haciendo el bobo.... y es de Gabineta Caligari.....

Osselin -

Hacerse el tonto cuando, aparantemente, se hace el tonto... sin pasarse de listo o estaremos haciendonos el listo lo cual también es fuertemente ibérico.