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El Puente. León Molina

Vidas Minadas

Vidas Minadas

Hace un par de meses el fotoperiodista Gervasio Sánchez ganó el premio Ortega y Gasset con una foto que mostraba el horror de las minas y la guerra en general y sus efectos sobre la población civil. En su foto se podía ver una tierna imagen de una joven madre dormitando junta a su pequeño hijo. Sólo que la joven madre no tiene piernas porque una mina se las arrancó. Gervasio Sánchez ha pateado muchos frentes de batalla y lo que ha visto le ha movido a impulsar el proyecto Vidas Minadas que lucha contra la producción de armamento, especialmente de aquel que se suele utilizar contra los civiles. En España se fabrica mucho de ese material sin que el asunto llegue a suponer la más mínima preocupación o siquiera polémica entre los españoles. Pero hay que decirlo y condenarlo, como hizo Gervasio Sánchez al recibir su premio. Su discurso no fue reproducido ni en los periódicos que publicaron su foto ni en el diario El País, patrocinador del premio. Ahora circula por Internet, medio todavía libre. Reproduzco los últimos párrafos en esta columna que, mientras yo la firme, será también territorio libre: “Es verdad que las armas que circulan por los campos de batalla suelen fabricarse en países desarrollados como el nuestro, que fue un gran exportador de minas en el pasado y que hoy dedica muy poco esfuerzo a la ayuda a las víctimas de la minas y al desminado… Es verdad que todos los gobiernos españoles desde el inicio de la transición encabezados por los presidentes Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero permitieron y permiten las ventas de armas españolas a países con conflictos internos o guerras abiertas. Es verdad que en la anterior legislatura se ha duplicado la venta de armas españolas al mismo tiempo que el presidente incidía en su mensaje contra la guerra y que hoy fabriquemos cuatro tipos distintos de bombas de racimo cuyo comportamiento en el terreno es similar al de las minas antipersonas. Es verdad que me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo y que me avergüenzo de mis representantes políticos. Pero como Martin Luther King me quiero negar a creer que el banco de la justicia está en quiebra, y como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte”.

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