Deseo de ser piel roja
Hace diez años, el filósofo Miguel Morey publicó un libro llamado Deseo de ser piel roja. El título lo tomó de un hermoso poema de Franz Kafka en el que hablaba del deseo de cabalgar hasta la desaparición. En esa línea, Morey construyó su ensayo novelado. Del mismo modo que el indio de la reserva vive un Aushwitz y no hay más salida para él que la muerte o montarse en su caballo y comenzar a cabalgar hasta desaparecer, el filósofo hablaba de nuestro mundo como un Aushwitz total dentro del cual estamos todos presos esperando la muerte. Y contra el cual no queda más alternativa que montar a lomos de la poesía o la moral hasta llegar a desaparecer de esta sociedad injusta, corrupta y tiránica. Estos adjetivos que a la mayoría pueden parecer exagerados, los usaba Morey como descripciones de lo que a su juicio es el Nuevo Orden mundial. Y para entenderlo, se comparta o no, hay que pensar como él a nivel global, a nivel del ser humano como especie que puebla el mundo entero, no como el grupo escueto de la gente de mi pueblo o mi país. Este Nuevo Orden desde este punto de vista promueve y legitima un mundo de esclavos por la pobreza y el hambre, por las guerras fomentadas en despachos lujosos, por la destrucción del medio ambiente (de las praderas del indio) para la insaciable acumulación de riqueza de los poderosos. Pero también promueve otra esclavitud más sutil, que alcanza de igual modo a los habitantes de las zonas ricas del planeta: la esclavitud de la incultura y la destrucción de la inteligencia en base a un pensamiento único frente al cual hasta la más mínima disidencia te sitúa en los límites de lo criminal. Los ejemplos suceden a diario y casi no nos damos cuenta. Hace unos días, en un foro creado para la participación, en el cual yo pedía más agilidad participativa permitiendo la autogestión o autoorganización del grupo, fui tachado de “anarquista” y algunos días antes un compañero por lo mismo de “antisistema”. Es decir, no piensas como yo, luego estás fuera de los límites y debes perder la razón, el derecho y hasta la más mínima consideración. Esta descalificación fue uno de los momentos más placenteros que he disfrutado en los últimos días y sentí el aire fresco dándome en la cara mientras se oían los cascos de un caballo. Sentí el vigor de la huída. Ya saben ustedes que los indios semínolas de la Florida que no huyeron, hoy son los dueños de los casinos más prósperos y horteras del mundo, invierten en todo tipo de negocios y se pasean en enormes automóviles que tienen infinitamente menos encanto y poesía que los ponys sobre los cuales sus antepasados recorrían las praderas.
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