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El Puente. León Molina

Procesionaria

Procesionaria

He podido pasar la Semana Santa sin padecer las tamboradas y cornetazos al uso por casi toda nuestra geografía patria. He evitado también con ello los atascos y cortes de calles y he evitado también que se lleve mi coche la autoridad competente en estas cosas de los secuestros de automóviles. Una delicia. Desde mi retiro ultramontano, mientras echaba unas cervezas con los amigos, he visto con regusto placentero por la lejanía esos reportajes de todos los años con las variopintas celebraciones pascuales de nuestro profundo folklore religioso. Gente que mata a un demonio a estacazos, ángeles que se deslizan en una celestial tirolina sobre plazas de entusiastas rapiñadores de caramelos, individuos que se arrean latigazos hasta sangrar, gentes con los ojos en blanco que arrastran cruces tremendas, familias enteras que tocan el tambor durante varios días para anunciar la salvación en medio de la debacle de la humanidad… Y nazarenos, bíblicas legiones de nazarenos que al comienzo de la primavera, como la procesionaria del pino, bajan de sus algodonosos capullos invernales y desfilan en silencio por el suelo llano para convertirse y convertirnos a todos en transformadas polillas que viajan bienaventuradas hacia la luz.  Los nazarenos jovencillos suelen participar en estas cosas porque sus papás y mamás le han animado a ello y les han costeado el traje. Los nazarenos talluditos participan por razones menos comprensibles, pero todos son herederos de aquellos primeros individuos que amasaban su tesorillo de culpas y se autoimponían el escarnio público. Y para darle más color dramático llegaban a encasquetarse el capirote de los reos, los más de ellos condenados por la institución a la cual decían servir y respetar estos penitentes. Es un sentimiento y un comportamiento sinuoso y difícil de comprender para aquellos que no sentimos la erótica de la culpa y que por lo tanto solemos esperar la penitencia con el cuchillo en los dientes. Pero ya sé que todo esto es folklorismo, recreación de antiguas tradiciones, como una gran mascarada que sirve mayormente para echar unos días de holganza y cuchipanda. Y me parecería muy bien ya que cada cual tenemos legítimamente nuestro títere en la vida. Eso sí, si le bajaran un poco el volumen a las corneticas y dejaran los cochecicos en paz, ya sería la pera. 

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