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El Puente. León Molina

Vicente Ferrer

Vicente Ferrer

Ha muerto Vicente Ferrer. Se presenta ante nosotros su vida y su obra al hilo de las informaciones sobre su muerte. Hace un rato me he descubierto a mí mismo preguntándome si la filantropía (la sincera, claro, la otra es simplemente horterez o negocio) es una forma sutil de vanidad. Me he regañado a mí mismo por hacerme preguntas que no conducen a ningún sitio y me he recordado que ya pasé la situación traumática de romper con los estudios de filosofía cuando estaba a punto de terminar mi carrera. Fui vanidoso cuando lo hice y soy vanidoso ahora al contarlo. ¿Y qué?. Pues nada. Soy vanidoso de la misma manera que tengo el timbre de voz que tengo, o el pelo blanco o que me siguen gustando los frijoles que me hacía mi madre de pequeño. Vicente Ferrer, por lo que intuyo era una persona vanidosa, que se sentía llamado o elegido para realizar una obra de gran magnitud. De hecho fue siempre una persona religiosa, y para ser religioso es imprescindible aceptar la mayor de las vanidades; que existe un ser supremo omnipotente que tiene algo que ver con nosotros. Por tanto nada de esto importa. Importa más bien que Ferrer hizo realmente algo grande. Llevaba esa semilla en algún lugar de su carácter. De joven anduvo buscando. Con dieciséis años entró en un partido de izquierdas republicano e hizo la guerra con las consecuencias de campos de concentración y otras desgracias. Cuando, mal que bien, había rehecho su vida y estaba terminando su carrera de abogado, lo dejó todo y se hizo jesuita con la idea de marcharse a un país bien lejano y bien pobre a echar una mano. Lo hizo mandando a freir espárragos por el camino a las autoridades que su cruzaban en su camino, incluida la compañía de Jesús. Consiguió su sueño. Puso en pie una gran obra que ha aportado algo, o mucho, de bienestar y dignidad a cientos de miles de personas.  Seguramente su vanidad le ayudó mucho. Seguramente también lo agradecerán las personas que han podido comer, beber, leer, curar sus enfermedades o estudiar gracias a su trabajo. De modo que para hacer algo que merezca la pena seguramente es necesario ser lo suficientemente chulo para quererse bastante uno mismo. Y si lo que consigues beneficia a otros, pues date un beso bien gordo y muérete tranquilo tal como dicen que murió hace unos días Vicente Ferrer.

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