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El Puente. León Molina

No sufras por mí

No sufras por mí

Un aforismo de Josep Ramoneda dice: “ En tiempos de terrorismo  global es difícil actuar con prudencia sin caer en la paranoia. Sin embargo, sin riesgo no hay libertad. La libertad es para aquellos que la desean por encima de todas las cosas.”  Esa búsqueda de seguridad en tiempos de amenaza terrorista es el final de un proceso que se ha venido fraguando en nuestra sociedad por el cual hemos ido creando un estado más grande y más metomentodo con la anuencia de los ciudadanos. Hay en nuestro tiempo, creo, una superinflación de leyes, normas y prohibiciones. Es el estado papá que se relaciona con sus ciudadanos como hijos, como niños desprotegidos. Y es la ciudadanía infantil que no sólo acepta sino que incluso reclama este tratamiento. “Tendrían que prohibir, tendría que estar prohibido, el estado tendría que ayudarme a…, el gobierno tiene que…” son fórmulas que dan comienzo con exasperante frecuencia a las conversaciones sobre el estado de cualquier cosa. Este camino además hunde sus raíces en la España franquista, que fue un estado eminentemente paternal y económicamente proteccionista, estado que le pedía al ciudadano un pacto: Acepta el estilo de vida que te propongo y yo velaré por ti. De modo que la socialdemocracia reinante debería saber que el estado metijaco es lo menos moderno y progresista que se pueda concebir.  Esta situación y el aforismo de Ramoneda entroncan directamente con el concepto de “miedo a la libertad” de Erich Fromm, concepto luminoso que nos ayuda a entender en muchas ocasiones por dónde van los tiros. Y en la actual coyuntura por la cual aquellos que nos deberían cuidar en función del pacto aceptado tácitamente resulta que nos están dando cera a base de bien, pues la actitud de petición de más estado se recrudece, pues ¿aquién le vamos a protestar y a quién le vamos a pedir que actúe si no? Malos tiempos pues para la razón y la madurez, para el ciudadano que está dispuesto a tomar riesgos, que ansía libertad y que le diría con gesto de hastío a sus gobernantes: “de verdad, ¿por qué no os estáis quietecicos un rato?”, y entornando los ojos: “no me quieras tanto ni sufras por mí, no vale la pena que por mi cariño te pongas así”.

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