Un canalillo en la pasarela
Vi el otro día en una noticia en la prensa en la que se decía que un famoso diseñador había creado una línea de ropa especialmente pensada para mujeres rellenitas, de tallas grandes, con la sana intención de mostrar que ellas también pueden lucir modelos a la última y resultar atractivas. Como ilustración de la noticia, había una fotografía de una de las modelos en la pasarela. Me fijé en esa modelo “rellenita”. Y no me cabía la más mínima duda; estaba la muchacha que se rompía. Desde luego no era una flaca al uso. Era una mujer de estructura corporal ancha, con grandes caderas, grandes pechos, brazos y piernas robustos aunque bien torneados, como se decía antes, labios gruesos, y nada de cara de cabreo con el mundo, sino una espléndida sonrisa vital y sensual. Buenísima que estaba, ya digo. ¿Y el pavo este quiere convencer a estas mujeres de que ellas “también” pueden sentirse bien y ser atractivas?. Se habrá quebrado. Aunque bien pensado los estereotipos de la estupidez esa a la que llaman moda puede que hayan convencido a muchas mujeres- esas mujeres precisamente que nos hacen volver la cabeza a los hombres- de que son unas gordas antiestéticas. Pues lo siento por ellas. Lo siento en primer lugar porque están en un error. Pónganle delante a un grupo de hombres fotos de Marilyn, de Sofía Loren, de Ava Gardner y unas cuantas de esas famélicas modelos con cara de hambruna y mala leche y pídanles que escojan según sus gustos. Me juego el pescuezo a que gana la vieja ola por goleada. Hablando de esto con mis hijos hice la prueba por si eran cosas mías de viejales, pero no. Jorge dice, soltando un sonoro soplido, que Marilyn “es la caña”, que “se sale”. Recientemente una de nuestras queridas y paritarias ministras se reunió con modistos y modistas (esos sastrecillos y sastrecillas que van de artistas y hacen ropa que nadie se pone pero con la que se hinchan a vender otras cosas) y les pidió que unifiquen tallas y que lleguen incluso a las de los seres humanos vivos. Todo ello motivado por la lucha por esa ¿enfermedad? de la opulencia que consiste en no comer hasta morir de hambre. No creo que consigan nada. La estupidez y el bussines es bastante más poderoso que el sentido común y, por supuesto que la estética. De modo que mientras las mujeres sufren por no parecerse a esas esqueléticas potrillas que trotan aparatosamente por las pasarelas, nuestros sueños masculinos se hunden en profundos y prietos canalillos. Así que no sufráis, hermosas mías, que nos gustáis así
0 comentarios