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El Puente. León Molina

Surferos de la realidad

Surferos de la realidad Somos surferos de la realidad. Todos los que leemos prensa o seguimos los informativos de radio y televisión esperamos cada día una ola buena de noticias jugosas que nos suba la adrenalina y nos sumerja en el túnel ruidoso de la actualidad. Pero entre los surferos hay pocos biólogos marinos. Este trocito del mar constituido por su más escueta ribera rizada con sus olas, siempre iguales y distintas,  es un mundo más que suficiente para el que cabalga sobre ellas con un fondo de música californiana. Es nuestro universo de surferos. Las inmensidades que sustentan el mar, quedan por lo general fuera de nuestro interés. Las noticias llegan con un fragor que a veces no nos permite siquiera escuchar, nos montamos sobre su blanca espuma, apuramos su impulso hasta el revolcón final y nos sentimos vivos y plenamente instalados en el mundo durante esos instantes que dura su fuerza. Después la ola se diluye, es devorada por las arenas del olvido inmediato y la visión de la nueva ola que se gesta a unos pocos metros mar adentro. Mientras, en el mismo mar, las ballenas viajan de uno a otro continente hechizando las aguas con su canto, los corales desovan en una nevada al revés y los pecios de siglos duermen arropados en el silencio y la oscuridad. Venimos del mar. Somos una compleja y extraña extensión del mar. El mundo es como ese mar del que venimos; grande, desconocido, complejo y lleno de vida. Pero las olas nos entretienen lo bastante como para no buscar en sus profundidades. De modo que cabalgamos sobre la gran ola del estatut hasta que muere en un siseo, nos ponemos de pie sobre la tabla mientras Marbella y sus chorizos nos impulsan contra los cementos de la playa,  braceamos panza a bajo para coger toda la furia de Irak, nos dejamos envolver por el tubo azul de las hambrunas del mundo hasta salir de él indemnes camino de nuestra toalla. ¿Y qué fue de las olas de ayer mismo?; silencio y olvido. ¿De qué sirven las olas de ayer a un surfero?. En las rompientes hay demasiado ruido para escuchar el mar y sus secretos. Con frecuencia pienso que debería quitarme estas ridículas prendas fosforescentes, estas gafas de espejo, tirar la tabla a un vertedero y hacerme una cabaña en un acantilado desde donde se vea el mar a lo lejos y en el silencio poder pensarlo. Pero la excitación de las olas acaba siempre por volver y pongo el euro sobre el mostrador del estanco y vigilo el reloj cuando se acercan las tres de la tarde para poner el telediario. Y que las olas de nuevo me alejen del mar.

1 comentario

Gregorio A. -

¡Enhorabuena!, como siempre. Un abrazo:

Gregorio.