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El Puente. León Molina

El lío de la edad

El lío de la edad Me dice un amigo sociólogo que en los estudios sociológicos y de mercado ya no se usa la clásica división por edades y que ésta ha sido sustituida por la situación laboral y familiar. Y, bien pensado, la cosa resulta evidente. Un hombre o una mujer de 35 años ya no estaría en el segmento clásico de los jóvenes, pero si esta persona vive todavía en casa de sus padres y está soltero, a los efectos de su comportamiento y de su consumo sigue siendo un joven  y comportándose como tal, aunque tenga ya los tacos que tiene. Gastará dinero en moda, irá al cine, a los pubs, viajará, etc. A un viudo incluso de algo más de edad le puede pasar lo mismo. Sin embargo un joven que se ha casado pronto y ha tenido hijos muy joven, la hipoteca de la casa le habrá caído encima como una losa para su juventud y, a efectos estadísticos pasará a ser un “maduro”. Nuestra longevidad y salud, unida a un modo de vida más abierto, menos previsible en sus aconteceres y edades, hace que nos encontremos rodeados de jóvenes maduros, viejos jóvenes, y todo el resto de combinaciones que se pueden hacer con los grupos de edad. Parece que lo único que no se mueve es la adolescencia. Sigue siendo una enfermedad igual de jodida que siempre. Si acaso algo ha cambiado es que es más larga y  más jodida que nunca. En tiempos de nuestros padres la edad del pavo era una tontuna pasajera que se curaba pronto con alguna tontería y alguna colleja paterna, porque el chaval tenía que espabilar pronto y entraba en la vida adulta como un cohete a base de currar sin otro horizonte a la vista, y de ahí casarse y tener hijos, todo de corrido y en un plisplás. Ahora sin embargo la adolescencia es eterna. Hay incluso en nuestro tiempo mucho adolescente permanente, gente inmadura que peina canas. Porque lo que caracteriza la edad adulta, que es la responsabilidad, la toma autónoma de decisiones y  asumir el resultado de los propios actos, es una piedra que se nos está haciendo harina. La sociedad superprotectora alarga la niñez y sus tierras fronterizas hasta edades inconcebibles en otros tiempos. De modo que la mitad de la población es adolescente y la otra media es un guirigay de viejos pollitos, jovenzuelos avejentados y abuelos marchosos.Y no digo yo que pase algo con esto, que a lo mejor no pasa nada. Pero hay que aprender a vivir con ello. Entre otras cosas, porque también me han dicho que el constante aprendizaje es lo que define nuestra sociedad y el que no lo consigue sí que está viejo, viejo. No como yo, que estoy hecho un chaval con mis casi cincuenta años.

1 comentario

León -

Anónimo. He movido tu comentario al artículo donde estaban los comentarios a que se refiere. Sólo por una cuestión de orden, para que no pasen los temas de un artículo a otro.