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El Puente. León Molina

La función pública

La función pública Sarkozy ha entrado en la presidencia francesa con el turbo puesto. Habrá que estar atentos para ver los resultados que arroja esa prometida tromba de actividad y cambios. Una de las “movidas” que más recientemente ha anunciado el zar ha causado sorpresa y promete traer mucha cola y culebrones varios. Sarkozy ha propuesto lo que él denomina una “revolución cultural” en la administración pública tendente según dice a modernizar y aligerar la función pública en un país en el que la administración tienen dimensiones colosales. Cinco minutos después el dirigente sindicalista Jean Marc Canon ya ha dicho que esto es “una declaración de guerra”. O lo que es lo mismo, anuncia que no va a querer ni hablar del tema, ni escuchar propuestas ni negociar. Se anuncia un largo y duro camino que pondrá a prueba al presidente frente más de cinco millones de funcionarios y sus familias, o sea media Francia, que se comen el 44% del presupuesto.  Y todo esto nos lleva a pensar en nuestro país. ¿Quién no considera en España que la función pública es excesivamente grande y excesivamente ineficaz, aparte de sus sindicatos, claro?. Hemos desarrollado aquí una especia de conformismo chistoso sobre la cuestión, un fatalismo acrítico que hace desaparecer el problema de entre aquellos asuntos que ocupan a gobiernos y ciudadanos. Pero el problema existe. Hay un exceso de funcionarios, hay duplicidades en las distintas administraciones, instituciones políticas (con su gran carga de funcionarios) obsoletas, existe intocabilidad de los funcionarios, una nula relación entre el desempeño y la remuneración y, por el contrario, nuevas formas de administración que deberían tener protagonismo y recursos como las mancomunidades de municipios que viven aplastadas por los recelos de diputaciones y consejerías que no solo no acaban de apoyarlas sino que en muchos casos son objeto de maniobras para vaciarlas de contenido. La labor de los sindicatos en este sentido es deplorable; defienden a capa y espada a cualquier sinvergüenza que nos chulea a todos, están siempre por labor de engordar los catálogos de puestos, se niegan en redondo a establecer relaciones entre rendimiento y remuneración y a permitir la relación libre de instituciones con profesionales a través de contratos privados. No creo que esa deba ser la actitud de sindicatos que se proclaman progresistas. La sangría de recursos para el país es enorme. Pero seguimos haciendo chistes de funcionarios. Y muchos pensando que a Sarkozy “se le ha ido la pinza”.

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