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El Puente. León Molina

La salud

La salud

Una de las secciones de los medios de comunicación que menos me interesan es la referente a la salud. Los cuadernillos de estos temas directamente me los salto. Puede que allí se encuentren a veces informaciones científicas interesanteS o curiosas. Pero sucede que la mayor parte de estas secciones se dedican más que nada a divulgar descubrimientos que supuestamente tienen que ver con la salud de todos, es decir también con mi salud. Y esto presenta varios problemas. Primero que yo no estoy seguro de ser parte de ese todos de los que nos hablan. Ese todos es las más de las veces una fantasmagorías que usan los gobiernos, las empresas, y los listos oficiales para manejar sus propios intereses. Si algo da cáncer, se lo da a quien se lo da y no a otro. De modo que si a  mí no me da, maldita la gracia que me hace que me acojonen. De modo que hasta que no me digan algo así como que “usted va a comenzar a desarrollar un cáncer el día tal a tal hora a menos que deje de ingerir banderillas picantes de inmediato”, pues mientras, prefiero que no me calienten la cabeza. Pero resulta también que las recomendaciones sobre la salud, lo que es beneficioso y lo que es perjudicial, son tan frecuentemente contradictorias, que estoy convencido que si existe algún maníaco obsesivo que haya seguido todas las indicaciones de salud aparecidas en los medios, estará muerto y enterrado o será un monstruo de feria. Pero hay una cosa más; fuera de comer con cierto orden y mesura, hacer algún ejercicio y no hincharse a psicotrópicos, el resto de asuntos para mantener la salud más o menos empiezan a afinar tanto que difícilmente se puede generalizar y, en consecuencia, considero que lo más inteligente para conservar la alegría (que es la forma más elemental de salud) es conformarte con la salud que tienes (siempre hablando de la normalidad) e incluso asumir contento los vicios o costumbres que pueden dañar tu cuerpo hasta el día en que decidas abandonarlos. Y entretanto luchar contra aquellos que quieren impedirte este proceder que emana del ejercicio de tu libertad, como los histéricos antitabaco que nos ponen la cabeza como un bombo o los asquerosos musculitos que miran tus mollas por encima del hombro.

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