La felicidad
Tengo para mí que la felicidad es algo así como normalidad con alegría. El resto son ensoñaciones para gente inmadura. El concepto “felicidad” tal como comúnmente se usa es muy peligroso y creo que incluso una fuente de infelicidad en sí mismo. Puesto que configuramos la felicidad como una situación de perfección y cumplimiento coincidente con mis deseos por tontos, irreales o desquiciados que estos puedan ser. La propia idea de felicidad me remite constantemente a lo que no tengo, es decir a la infelicidad. El deseo es una fuerza loca. Y aunque sin deseo no se puede vivir y lo mejor y lo peor del ser humano hunde sus raíces en el deseo, en la capacidad de inventar y buscar algo diferente de lo que tengo o lo que conozco, parece que con frecuencia nos olvidamos de que el deseo es sólo una propuesta que nos hacemos a nosotros mismos y al mundo, y que su no materialización es el resultado más común de nuestros esfuerzos. Porque el mundo va a su bola y yo no lo controlo. Esa “normalidad” a la que refiero es entonces la normalidad de una vida donde constantemente obtenemos cosas, pero también las perdemos, donde suceden cosas que me agradan y también otras muchas que me desagradan. El mundo es un claroscuro de grises con excepciones siempre breves de color, que normalmente provienen de la pasión. Quitados entonces lo duelos de las tragedias que nos azotan a veces, el resto es normalidad. Si lo aceptamos, estamos a un paso de la felicidad. ¿Qué falta entonces?. La alegría, sin duda. Pero resulta que la alegría depende en gran medida de la voluntad, de la decisión de estar alegre. Si no están de acuerdo, simplemente pruébenlo. Funciona. Séneca, que dijo muchas grandes verdades sencillas dijo: “Hay que quitar importancia a las cosas y sobrellevarlas con ánimo, es más humano reírse de la vida que lamentarla.” y el gran Montaigne a su vez: “La prueba más clara de sabiduría es una alegría continua”. De modo que aceptar la vida como es y decidir estar alegre. No ser feliz es de tontos.
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