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El Puente. León Molina

Dopantes

Dopantes

Siempre me ha gustado mucho el deporte y en mi juventud lo practiqué con intensidad. Por eso desde hace tiempo cada vez me gustan menos los grandes espectáculos deportivos actuales; olimpiadas, mundiales de futbol y atletismo, campeonatos de F1, etc., por más que me encante ver el prodigioso tiqui-taca del Barcelona, por poner un ejemplo. Son eso, espectáculos, que se apartan en mi criterio de las mejores cualidades del deporte. El problema es que al mercantilizar su actividad están convirtiendo el deporte en mercancía, y de aquí derivan toda una serie de perversiones. Ganar, por ejemplo, deja de ser un accidente grato sin más de la actividad deportiva y se convierte en la medida de la productividad y consecución de objetivos de la empresa, los deportistas se transmuta de personas a “recursos humanos” de una empresa que se desenvuelve en un mercado hipercompetitivo, se convierten en un currantes estresado en una empresa histérica. Y los espectadores nos convertimos en clientes y, como tales, en exigentes casi rabiosos de resultados. Y esto empieza a alejarse de lo que es o debería ser el deporte (disfrute, alegría, serenidad, compañerismo…). De modo que si  juego al “si yo fuera presidente”, haría que todos los beneficios de las sociedades deportivas, así como la mayor parte de los sueldos astronómicos de las estrellas, se ingresaran íntegramente en el sistema público de deporte para la creación de infraestructuras, entrenadores, gastos de equipamientos, viajes, etc., apoyando sistemas de competición amateur sólidos y asequibles para la mayoría. Y viene todo esto a cuento de las repetidas noticias de casos de dopaje en el deporte. Además de los delitos que cometen, la gente siente que se traiciona un cierto espíritu del deporte. Lo que no nos damos cuenta quizás es que ya está traicionado desde antes de que los competidores salten al terreno, las pistas, circuitos  y carreteras. El deporte entero –favorecido por el estado y la sociedad en su conjunto- vive en un permanente doping de dinero, ansiedad histérica por las marcas y proezas, complacencia patriotera paleta por las medallas y un forofismo vociferante propio de masas maleducadas. Y nos extraña que Marta Domínguez se dope y dope a otros. Es sólo un puntito más de lo que hacemos todos con el deporte.  

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