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El Puente. León Molina

Ajedrez maldito

Ajedrez maldito

Hace unos días escuché en Radio Nacional una entrevista a la ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, en la que habló ampliamente de los últimos acontecimientos en los países árabes del Mediterráneo. En sus palabras se dejaba ver una de las caras más despreciables de la política internacional; la preeminencia de los “intereses nacionales” a la justicia. El gobierno español, al igual que el resto de gobiernos de los países occidentales, ha descubierto de pronto que en Túnez y en Egipto no hay democracia y manifiestan la urgente necesidad de cambios que lleven a los ciudadanos de estos países a su consecución. De pronto han olvidado que durante décadas apoyaron a estas dictaduras porque según su posición en el ajedrez maldito eran un tapón al integrismo islámico. Y cuando el entrevistador le habla de Marruecos, ahí se le aflojan las rodillas a la ministra y, casi balbuceando, dice que Marruecos es diferente, que en Marruecos se han registrado avances y que los niveles de libertad eran mayores que en Túnez o Egipto. Sagazmente el entrevistador le dice que prefiere que la comparación la haga con nosotros o cualquier país europeo y la ministra se enroca en su discurso. Que además es vergonzosamente falso; en Marruecos las elecciones son amañadas,  el parlamento está abarrotado de diputados por designación real – la camarilla de la corona-, la corona posee una de las grandes fortunas del mundo custodiada en bancos europeos, dinero hurtado al pueblo a través de la venta corrupta de contratas y ventajas desleales a terceros, tiene una gran cantidad de presos políticos, una libertad de prensa machacada, un pueblo saharaui sojuzgado. Y es que Hassan además de rey es dios, la pera. Pero Marruecos es diferente, dice la ministra. Si se levanta el pueblo marroquí, con la misma cara dura dirá al día siguiente que son urgentes las reformas para que el país alcance la democracia. En política internacional la ética, la justicia, los valores, la solidaridad y cooperación no cuentan para nada. Como ser humano pertenezco al mismo único país que un marroquí, el de la humanidad entera, y escuchar a la ministra me produce dolor y vergüenza. Hermanos marroquíes, o guineanos o papuenses o de cualquier parte, sabed al menos que no es la voz de muchos de nosotros la que sale por la boca de nuestra simpática ministra.

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