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El Puente. León Molina

Robin y el sheriff de Nottingham

Robin y el sheriff de Nottingham

¿Se acuerdan ustedes de Robin Hood?.  Hace ya mucho tiempo que no sabíamos nada de él. Pero recientemente hemos tenido conocimiento por la prensa de que estaba muy viejo y demenciado y se encontraba internado en un asilo de un perdido pueblecillo español. Según cuentan se paseaba por el jardín con su gorrete de pico y su arco y sus flechas preguntando siempre dónde estaban los bosques y dónde habían ido sus compañeros. También se dice que llevaba una bolsita de cuero con monedas de chocolate que le daban lo celadores y de vez en cuando las lanzaba a sus compañeros con gesto victorioso.  También hemos podido saber que a este asilo se le han retirado las ayudas institucionales y que las familias que no se habían llevado a los abuelos para mantener la paga en casa, se los están llevando ahora para que no se queden en la calle. El futuro de Robin es incierto. Entretanto el sheriff de Nottingham y su equipo caminan sin ningún temor por los pueblos recaudando impuestos abusivos para rellenar las arcas del reino que han quedado vacías, según dicen algunos porque los intereses de los prestamistas internacionales lo están sangrando. El primer ministro, con rango de sheriff, repite ante el Consejo que todo esfuerzo es poco, que nuestra España gloriosa nuevamente ha de ser la nación poderosa que jamás dejó de vencer. Este  sheriff de Nottingham, que es muy cuco, le ha dado el puesto de alguacil al contable de los prestamistas, que es un tío que sabe apretar a base de bien y así de paso los usureros de los emporios del norte no podrán decir que si tal y que si cual. De modo que cada mañana el sheriff se acicala, repasa su barba con mimo, se cala sus gafas, y escucha con atención los astutos planes de su alguacil, que no se ha caído de un guindo precisamente, y sabe lo que hay que hacer para pillar a los aldeanos in fraganti con sus cuatro perras en la mesilla.  Cae la tarde en el asilo y el viejo Robin está sentado a la puerta como un posete con la vista clavada en una carrasca que es el único árbol que se ve en medio de la llanura. A su lado un celador joven y con cara de buena de persona lo mira en silencio y por fin le dice: Venga, Robin, vámonos, te vienes conmigo a casa, que aquí ya no hay ná que rascar.

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