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El Puente. León Molina

Efluvios

Efluvios

Muchos años atrás, siendo yo bastante joven, en un época en que ejercía como profesional liberal autónomo, hubo un momento en que necesité financiación; acudí al banco y me recibieron a cuerpo de rey,  casi desde el primer instante de la conversación me dijeron que no habría ningún problema y además de concederme lo que yo pedía, me ofrecieron otras líneas de financiación que no necesita y me invitaron a solicitar cantidades mayores para no andar con apreturas. Me mantuve en mi posición y firmamos los acuerdos pactados. Pasado algún tiempo, el mismo director del banco me llamó diciéndome que teníamos que hablar con urgencia. Sorprendido me acerqué a la oficina bancaria y casi sin saludar el señor me espetó que debía “resolver” mis cuentas porque les debía mucho dinero. Traté de explicarle que yo no les debía nada, que les había comprado dinero y que se lo estaba pagando religiosamente según lo acordado. Me habló de cosas crípticas de nuevos estudios de riesgo de la central y no sé cuántas historias que a duras penas se comprendían. Le pedí que sacara una copia de los contratos que yo había firmado y me señalara algún punto que hubiera incumplido. Todo fue inútil. Me adujo no sé qué punto de no sé que ley y que o devolvía una parte importante del dinero de inmediato o harían no sé que operación legal y me doblarían los intereses. En el final de la conversación, este señor me dijo que yo “estaba financiándome por encima de mis posiblidades”. Le dije que los límites de mis posibilidades eran el cumplimiento de mis obligaciones con ellos y las herramientas financieras que con gran entusiasmo me ofrecieron un día. Por último le pregunté que cómo se sentía, que si era feliz comportándose como un cerdo por orden de los cerdos de sus jefes.  “Resolví” al día siguiente y cancelé mis cuentas. Con el tiempo descubrí que la “porcinez” es la raíz esencial de la banca y que cuando uno trata con un banco debe taparse la nariz, da igual el que sea.  Ahora, muchos años después están pegando recortes sin cuento a mis beneficios sociales y derechos adquiridos y me dicen que es porque llevo todos estos años viviendo por encima de mis posibilidades. Esta frase, igualita que la de aquel pobre hombre director de aquel banco me trae de nuevo aquellos efluvios aromáticos. Ahora en vez de bancos son los gobiernos –valga la redundancia- los que me insultan y torean. Y les preguntaría lo mismo que le pregunté entonces a aquel tipo. 

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