Tomates morunos
Que sin agua no hay vida además de un axioma científico es un lugar común en conversaciones de todo rango. Pero acaso no sea menos cierto que el agua no sólo sustenta la vida, sino que además la condiciona y modula psicológicamente o, si lo prefieren, sentimentalmente, en el caso, evidentemente, de los seres humanos. No sé si algún estudioso con tiempo suficiente se habrá dedicado en alguna ocasión a analizar las relaciones entre la cultura de los pueblos y las peculiaridades del agua existente en el medio en que se desarrollan. Si no fuera así, sin duda ahí hay un tema de investigación a priori rico y entretenido. Y no hablo de la tecnología e instrumentos desarrollados para la búsqueda, uso y administración del agua, sino como el agua (en los distintos modos en que se presenta en los biotopos) moldea una determinada cultura. En este estudio, lógicamente el análisis del lenguaje en relación con el agua tendría un lugar preminente. Valga aquí como muestra un sólo botón que ofrece la plasticidad del lenguaje manchego; aquí de una persona con carácter huraño y reservado decimos que es un “secuzo”. Estas personas, que raramente veremos “enflascás” vienen a ser lo contrario de “un alma de cántaro” que son aquellas otras que nos ofrecen su compañía completamente exenta de maldad. Desde que Heráclito, medio siglo antes de Cristo se pusiera a flipar con lo de si el río en que se bañaba era el mismo cada vez o era distinto, además de colaborar a la creación de esa anomalía de la especie llamada “filósofos”, nos señaló quizás involuntariamente a través de lo que sólo era un ejemplo, la relación profunda y misteriosa de los seres humanos con el agua, o lo que es lo mismo, con la parte más importante de su propia materia cuando puede ser observado fuera de sí mismos. El agua nos fascina, nos tortura, nos embelesa, nos alegra o entristece, nos nace y nos mata. Anoche, compartiendo con los amigos un magnífico tomate recién cogido de la huerta, esta huerta de mi aldea que dispone de todo el agua que se necesite, consideré que el tono de la conversación, los chascarrillos y el sentido del humor y hasta las facciones de las caras de los tertulianos obedecía más que a cualquier otra cosa a los efectos de haber saboreado donde todas sus vidas el agua perfumada de los tomates morunos de estas sierras. Lo cual certifico porque sí, porque no tengo mayormente otra cosa que hacer mientras espero con los montes las primeras lluvias del otoño que nos lave y ponga guapos.
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