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El Puente. León Molina

Territorio frontera

Territorio frontera

La buena poesía debe tener siempre algo de espejo, tiene que ser un camino que, llevado de la mano de otro, nos conduzca a territorios desconocidos de nuestro propio interior. Por eso avanzo ya que el libro de reciente aparición Territorio frontera, de Javier Lorenzo, es buena poesía.  Cuando Lorenzo en esos versos se detiene y mira su vida, vemos la nuestra, la de cada uno. En este libro el poeta, traspuesto ya el umbral de acceso a la madurez, se detiene a reflexionar sobre las emociones que este paso conlleva y llega así a la verdad sencilla que a todos nos ataca y él canta: “Ser yo tal como soy es la promesa / mi trabajo diario, la única solución, / aquello que atesoro, el desenlace.”  Esta claridad reconciliatoria se alcanza desde el ejercicio de dejar la mirada atenta recorrer cualquier cosa que caiga bajo su influjo, que puede ser un maizal creciendo o el vuelo de los vencejos. En el primer caso, el poema desemboca en la constatación de que todo el esplendor del futuro sucede ya, a cada momento: “Me duele lo que tengo, lo que observo me calma / del dolor y de la duda. Esta guarida tiene / un hallado festín para los ojos / que me conduce ¿a dónde? / A un instante, a un mundo, a la grandeza.”  En el segundo, ese cielo cruzado por el vuelo de los vencejos muestran su verdad certera que ayuda al poeta a situarse en el mundo: “A veces, como unidos a mí de tarde en tarde, / hay momentos domésticos que son, para la edad, / conocimiento”.  Se trata de un camino que lleva hacia adentro volcándose en lo que está fuera, hasta las más pequeñas cosas, o quizás especialmente las pequeñas cosas,  y refiriéndose a ellas querer “hacer de cada una la razón / del lugar que ahora ocupas / y que posee los mismos elementos que tu fugacidad”. Javier Lorenzo es en este libro, tal como textualmente nos dice en un verso “un hombre detenido”, un hombre que contempla su mudanza en la quietud magnífica del presente,  que clausura un tiempo pasado e inaugura otro tiempo desconocido sobre el que se proyecta una sobria esperanza. Este libro, que ha sido acreedor al premio Jaime Gil de Biedma, es el libro de un poeta maduro que ha conseguido una de las metas primordiales de cualquier poeta: una voz propia. Es un gran libro, es buena poesía, es un espejo en el que cualquiera podrá mirarse. 

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