La tartana y el AVE
Decía Josep Pla “yo soy un hombre de la época de las tartanas y las bicicletas. De muy joven, aprendí a atar un caballo a una tartana, y a guiarla, riendas en mano. Las carreteras eran malas, los caminos infernales, pero también se llegaba.” Desde esta sencillez profunda de Pla se me ocurre que una de las causas más importantes de lo desapacible de nuestros tiempos estriba en la prisa. La prisa es una consecuencia coherente de sociedades centradas en lo material, en el tener, en la riqueza. La prisa engrasa el mecanismo de un círculo vicioso pues empuja al individuo a trazarse metas más cortas, más sencillas, más objetivables y por tanto más cercanas a lo tangible y material. O si lo prefieren, metas más cercanas al tener que al ser. En la fuerza centrífuga de ese círculo van saliendo despedidas la aspiración al conocimiento, a la pereza creativa, a las relaciones frecuentes y calmadas con los demás, a la lenta pesquisa del conocimiento de uno mismo, a la observación y búsqueda de cierta armonía con la naturaleza. Todas ellas son actitudes y actividades que nos pueden acercar a nuestro desarrollo como seres humanos y a la conquista no de la felicidad que es una entelequia, sino a la satisfacción, a la paz, a la alegría. Son actividades además que a pesar de fijarse largos plazos, nos ofrecen la compensación de comenzar a darnos sus frutos desde el momento mismo en que nos ponemos en camino. Son bastante ineficaces sin embargo para conseguir cosas; para conseguir cosas hay que poner sobre la mesa mucha prisa y mucho esfuerzo, es necesario que nos dejemos esclavizar por la promesa de conseguir poseer algo. Y así, el ser humano que vive en la civilización de la prisa es un ser patológico, que huye de sí mismo en una alocada carrera. Esta enfermedad alcanza a todas las dimensiones de su vida y por supuesto también a la política. Con esta tara, la política deja de ser la organización de la convivencia y del bien común para convertirse en un mercado de ficciones de prosperidad e incrementos de riquezas personales subastadas en la bolsa de las votaciones. El voto convertido en moneda. Países convertidos en centros comerciales. El deslumbrante ritmo vertiginoso de pagar y tener. Pasar de la tartana al AVE está resultando a la postre demasiado caro; llegamos al mismo sitio (aquel que nuestro corazón sea capaz de imaginar)pero tanto o más cansados e hipotecados hasta las pestañas.
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Arturo -