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El Puente. León Molina

 
 

ALMENDROS EN FLOR

 
 
 

En los días pasados, mi trabajó me llevó a desplazarme constantemente por las tierras fronterizas entre Albacete y Murcia. Aun en medio del frío el campo mostraba un diáfano esplendor. El aire gélido, muy transparente, enfrentaba sus azules a los colores extraños que despliega esta tierra reseca. En los amplios y hermosos valles del noroeste murciano las grandes manchas de blanco y lila de los almendros hablaban el idioma, extraño en este tiempo, de la primavera. En este contraste me llegaba de nuevo la idea del tiempo. Hace cuatro días Albacete estaba cubierto de hielo. En el fondo de estos paisajes se pueden ver aún las cumbres blancas de Sierra Espuña, Revolcadores y Las Cabras y las flores del almendro ya están fuera en sus grandes copos, en sus plantaciones que trastornan el paisaje. La luz y los almendros tiran con hilo invisible de la primavera que aguarda temerosa. Otra primavera. Otro año por tanto que ha pasado. Nada marca más ostensiblemente los ciclos de la vida que la primavera. Recuerdo los años que cumpliré dentro de un par de meses y sonrío, porque en realidad, la edad, a cada edad, casi siempre nos parece una broma poco menos que imposible. Una de las visitas de trabajo tuvo lugar en una bodega de las tierras de Bullas. Al otro lado mismo de los cristales de las oficinas los trabajadores laboreaban las vides bajo la mole de la Sierra de Lavia. Los bodegueros,  la gente del vino, vive enredada en el paso del tiempo como nadie. El tiempo les da unos u otros frutos, el tiempo les da la crianza, y todos los caprichos del vino bailan con los caprichos del tiempo. Con las conversaciones se fue apagando el día que me llevó al hotel. Las habitaciones de los hoteles son cajas llenas de tiempo. Y por tanto de memoria. Hace más de veinte años yo pasé por aquí por primera vez. Era joven. Vivía del cuento. Y era entonces la flor del almendro una pintura del todo inofensiva. Lo recuerdo ahora con una punzada de color en las pupilas mientras suena ajena la llamada rutinaria a casa. Sí, ya nos hemos contado las cosas del día, pero no os he contado que estoy solo en este hotel  pensando dónde se esconde la primavera cuando hace tanto frío, que he tenido que esforzarme y  hacer cuentas para recordar los años que cumpliré dentro de dos meses, que no comprendo este trabajo que hago, que os quiero no sé como cómo, que voy para viejo y soy por tanto un tipo corriente como somos todos los que nos hacemos viejos. Fueron los almendros emoción en la luz de la mañana. Ahora son un recuerdo añejo. La vida que pasa.

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