ARISTÓTELES TENÍA RAZÓN
Puede que sea cierto (yo así lo creo) que España sea hoy en día uno de los mejores países del mundo para vivir. El asunto no requiere mucha profundidad de análisis, ya saben, la combinación del nivel de vida alcanzado unido al saber vivir que nos va quedando hacen que “aquí se vivei dei puta madruei” como dice mi amigo el guiri.
Pero tengo para mí que esto nos enfrenta a una curiosa paradoja porque una de las amenazas importantes a nuestra supuesta felicidad creo que viene precisamente por la vía de la opulencia. Estamos empezando a ser demasiado ricos y comenzamos a vivir en una sociedad hiperorganizada, cosas ambas íntimamente relacionadas. Y estas ambas cosas nos hacen menos libres y menos listos y menos felices. Hace ya muchos puntos de renta que nuestra riqueza sólo sirve para comprar cosas del todo innecesarias, las cuales nos esclavizan de un modo sutil pero real y tangible. Cambiamos tiempo y vida por cosas, por posesiones y artefactos. Echen ustedes si no la vista atrás y recuerden los mejores momentos de sus vidas y piensen qué narices tuvieron que ver con lo que el dinero aporta. Yo ahora no tengo mucho, pero las épocas de más intensa y sostenida alegría de vivir sucedieron cuando no tenía nada. Pero nos deslumbra la riqueza. Y luchamos por sostener este edificio de abundancia a base de una buena organización. A más riqueza, más organización. De modo que hemos llegado al país hiperorganizado (me refiero claro está a las medias y estándares mundiales). Todo está previsto. Hay cauces para todo. Todo tiene su sistema. El dinero es enemigo íntimo de las sorpresas. Nuestras jornadas vienen con abrefácil y sistema antigoteo. Son complejas, sofisticadas y carentes casi por completo de improvisación y de aventura, situaciones donde la alegría y el goce de vivir tienen un lecho más propicio para florecer. Si piensan que no llevo razón, tendrían ustedes fácil demostrarlo, pero ¡atentos!, tendrían que irse necesariamente al extremo contrario del que yo hablo, pues lo que digo precisamente es que nos estamos extremando. De modo que ni tanto ni tan calvo. La virtud sigue estando donde dijo Aristóteles, en el término medio. La pobreza y el caos producen sufrimiento, aniquilan al hombre, por eso llevamos tanto tiempo organizándonos y trabajando para librarnos de ellas. Pero, ¿hasta donde?. ¿Somos conscientes de que la opulencia y el exceso de reglas y seguridad aniquilan el espíritu y producen otro sufrimiento sutil?. Piensen en ello si les apetece, mientras yo me voy al magnífico restaurante de mi tertulia que tiene pasadas todas las inspecciones y registros legales.
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