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El Puente. León Molina

RAROS

 
 
 

Con la sofisticada tecnología disponible hoy en día, se puede calcular el peso de nuestro planeta con una aproximación pasmosa. Esto no ha  conseguido variar ni en un uno por ciento la cifra dada por Henry Cavendish en 1747 en lo que constituyó la primera prueba experimental a este respecto. Y a su vez, lo que demostró Cavendish coincidía con lo que había predicho Isaac Newton más de un siglo antes a través de una elaboración puramente teórica. Es lo que tienen las teorías, que cuando son buenas, hay que joderse, con perdón. Newton fue capaz de conocer hace 370 años un aspecto concreto de la realidad sin salir ni a la puerta de la calle, usando tan sólo el poder de la razón impulsada por su inteligencia, su voluntad y su curiosidad. Todos ustedes saben que Newton descubrió muchas más cosas, alguna de ellas son las que dan hoy sentido a nuestro conocimiento del mundo en que vivimos. Quizás también sepan que Newton era un tío rarito. Quizás eso le ayudó a vivir dedicado a pensar y a conocer. La gente normal lo tiene más crudo, sobre todo porque la normalidad se nos come un tiempo tremendo. Para ser normal y ser tenido por los demás como tales, nos tenemos que ocupar de miles de tareas tontas que nos integran en la normalidad. Pero también porque la normalidad es como un velo alzado delante de nuestros ojos que nos lleva a ver todo del mismo color, de la misma forma. Cuando la tierra era plana para los hombres, ese velo ante los ojos hacía que eso fuera normal. Pero sucede que la tierra no era plana. ¡Me cachis!, necesitábamos una teoría para que cayera el velo y conociéramos la verdad. Y ya saben ustedes la que le montaron a esos raritos que descentraron el mundo. Nos pongamos como nos pongamos, el conocimiento ha ido creciendo a base de teorías y a base de tíos raritos que se negaban a la normalidad. En nuestro tiempo, y en la vida cotidiana, la teoría (y sus necesarios compañeros de viajes: curiosidad, razón y esfuerzo) es considerada casi como una enfermedad de la que hay que ponerse a salvo porque no sirve para nada, nos aleja de las cosas prácticas, útiles y funcionales que son las únicas que queremos y además porque es un rollo propio de tíos coñazo. De modo que queremos saber sin estudiar, hacer sin meditar, decir sin pensar y que nadie nos jorobe con rollos. Los raros, los rebeldes, los curiosos que mueven el mundo, viven hoy escondidos. Así que tenga mucho cuidado y fíjese bien. Puede que ese señor de aspecto inocente que toma un café a su lado, sea un pensador camuflado.

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