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El Puente. León Molina

ROSAS  QUEMADAS

 
 

Si quemamos una rosa, tras el fulgor del fuego tendremos ceniza. Como sabemos por la física, su materia no se destruirá, sino que la energía y la masa adoptarán nuevos estados. Pero ya no será una rosa, porque la materia no se crea ni se destruye, pero la forma sí. La materia y la energía se pueden contar, la forma no. Pero la forma existe y puede crear en nosotros emoción y el pálpito de la belleza. Y con la experiencia de la belleza aprendemos, ensanchamos el conocimiento sobre el mundo y sobre  nosotros mismos.

Hace ya muchos años, en mi primera juventud, escuché a Rubert de Ventós enunciar una idea que me dejó preocupado y alerta para siempre. El filófoso – que dicho sea de paso ha terminado con ciertos desarreglos políticos en su cabeza-, se ocupaba entonces de estudiar el fenómeno de la modernidad y afirmaba que ésta era esencialmente utilitaria y grosera. Recuerdo también que ponía un par de ejemplos muy gráficos. Con el primero de ellos, comparaba la cultura antigua con la moderna a través de los vestidos usados por sus ciudadanos; la ropa moderna, además de ser uniforme muestra fielmente todo lo que esconde, mientras que las túnicas mostraban y  al tiempo  velaban armónicamente el cuerpo de quien las portaba. En el segundo ejemplo nos describía el pensamiento moderno con el recurso a la imagen de  un cuchillo excesivamente afilado, una herramienta que al ser usada se llevaba por delante el filete, los tendones, los huesos y hasta el plato. Así, nuestro pensamiento moderno se moldea sobre el ansia de dominio, sobre la necesidad de convertir la realidad en magnitudes tangibles que aparentan conocimiento y  sobre la urgencia de la funcionalidad. Y las formas nos preocupan sólo en la medida de las funciones que nos aportan, no en su propia y misteriosa existencia. Sólo artistas plásticos, músicos y poetas se ocupan hoy de ellas.

Pero si imaginamos por un momento un mundo sin formas- materia extensa e indiferenciada-, comprenderemos hasta qué punto éstas son nuestro modo de relación con el mundo, son el mundo mismo y son nosotros mismos.

Pero este conocimiento es asunto secundario en nuestro tiempo; ¿qué gana nadie profundizando en los secretos de una rosa?.  Entretenimiento para artistas melancólicos, cargos políticos  para el tonto de la pandilla. 

Y seguimos viajando por el progreso sobre una gruesa alfombra de rosas quemadas.

 

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