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El Puente. León Molina

 

TURBIAS VERDADES

 
 
 

El jesuita José Ignacio González Faus escribió hace algún tiempo un párrafo muy jesuítico que reza así: “ Uno tiene cierta obsesión por la razón y el raciocinio, y se siente a veces preocupado por cómo los utilizamos. El hombre, con perdón de Aristóteles, no parece ser un animal racional, sino animal que racionaliza sus pulsiones. Spinoza, tan racional él, lo dijo mucho mejor: `La esencia del hombre es el apetito´. Por ello más de la mitad de las razones que aducimos son en realidad sinrazones, y ésta es una de las formas más frecuentes de argumentar en política y en publicidad (que hoy son casi lo mismo). Un argumento que no demuestra nada, que no tiene más fundamento que la agudeza y sonoridad de las palabras, aparece como contundente y capaz de callar al adversario, que no siempre tendrá rapidez para encontrar otra agudeza que haga callar, aunque tampoco demuestre nada.”

Estas palabras eran el preámbulo para un artículo sobre el Plan Ibarretxe. En él pedía que las cosas “se hicieran bien”  y que siendo así se podría cumplir mejor su aspiración de que los vascos fueran sus hermanos, muy por encima de la aspiración de que fueran sus compatriotas.

Por una vez, y sin que sirva de precedente, voy a estar de acuerdo con un cura. Y no sólo de acuerdo, sino que manifiesto mi admiración por la clara sencillez con que expuso un pensamiento que a mí me ronda desde hace tiempo al contemplar el espectáculo en que los políticos, con el beneplácito de los embobados espectadores, han convertido a la política. La política es una de las más nobles actividades a las que puede dedicar su tiempo el hombre. Las mejores inteligencias en la historia de nuestro saber colectivo han dedicado su esfuerzo a la tarea de articular la convivencia y el buen gobierno de la sociedad, pues eso y no otra cosa es la política. La política mediática que hoy sufrimos ha ensuciado la nobleza de ese pensamiento convirtiéndolo en circo de fieras y payasos, en ramplonería que sea efectiva para el consumo de opciones políticas que se compran con el voto como se compra en el super el desodorante o los precocinados. La culpa, bien es cierto, se reparte entre ellos y nosotros. Y en estas circunstancias es difícil sustraerse a la turbia verdad que habita en la frase de Schiller:    “¿Qué es la mayoría?. La mayoría es un absurdo: la inteligencia ha sido siempre de los pocos.”

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