La enfermedad rural
Buena parte del mundo rural está muriendo y desapareciendo. Y quizás lo más preocupante es que no hay conciencia de ello en la mayoría de la población, que es urbana, y socialmente no hay una conciencia muy clara de lo que hay que hacer. Un amigo me decía el otro día que la situación se agrava por la falta de planteamientos globales de los que ostentan el poder político. Según él, la derecha tiene el problema resuelto porque no le importa demasiado la desaparición del mundo rural, pues con su visión mercantilista de la vida, el mundo rural no es rentable, no produce ni siquiera los recursos de subsistencia y según una lógica liberal, pues desaparecerá y punto. Y, también según mi amigo, la izquierda no sabe qué hacer con el mundo rural, no tienen alternativas ni modelos de solución. Un panorama oscuro desde luego. Pero no parece que la realidad nos diga algo distinto; la mayoría de los pueblos y aldeas se despueblan y languidecen. Con este proceso desaparece también una de nuestras últimas conexiones con la naturaleza, el trabajo y los conocimientos ligados a ella y un estilo de vida que ciertamente no es idílico, pero que posee valores y características de una dimensión humana, que el progreso barre en su triunfo deslumbrante. De modo que la vida en un entorno natural, para la mayoría, está viniendo a ser una más de entre las ofertas de ocio (ese hijo bastardo de la tranquilidad y el descanso) de la sociedad de consumo. Y así el mundo rural, seguramente a su pesar, se museiza y se disneylandiza en un intento de supervivencia. Porque los que trabajan en turismo rural saben que el fenómeno del turismo (ese hijo bastardo del viajar) produce visitantes fugaces que no tiene ni idea de qué hacer con tanto campo a la vista ni con tanto pueblecillo silencioso como no sea las consabidas fotos (esas hijas bastardas de la contemplación) o ponerse ciegos en un restaurante. Y como no los entretengas y les des aventurillas y anécdotas, no volverán. Turismo rural activo se llama la cosa. Que Dios los perdone. Otro amigo (tengo muchos, sí) me decía: “ya, pero es que yo no quiero ser camarero ni hostelero ni guía, yo sólo quiero poder vivir en mi pueblo y que aunque la oferta de trabajo fuera mucho más reducida que en las ciudades, hubiera alguno para poder quedarme aquí”. Y es que en gran parte de los pueblos pequeños o eres camarero de fin de semana, o eres el secretario del ayuntamiento o lo tienes crudo. La muerte del mundo rural es como el cáncer, que no acabamos de encontrar la medicina. Sólo que el cáncer nos preocupa.
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