La muerte
Nuestros hijos crecen, se hacen mayores y van desgranado a nuestro lado todos los cambios por los que se llega a ser un adulto. Hace unos días mi hijo adolescente comenzó una conversación conmigo que tenía como eje su preocupación la muerte. Pensé que mi hijo ya no es un niño. Hay una edad en que todo el mundo tiene un contacto más o menos traumático, más o menos profundo o elaborado con la idea de la muerte. Es ese minuto de metafísica que nos hace a todos, si no iguales, por lo menos parecidos. En el final de nuestra conversación durante la cual yo traté sobre todo de hacer preguntas más que de ensayar respuestas, mi hijo llegó a una conclusión terrible: “Entonces no hay esperanza”, dijo buscando mi mirada. Como respuesta a la pregunta de sus ojos, le dejé una nueva pregunta: ¿No es suficiente la enorme cantidad de esperanzas que llenan la vida para tener que buscar alguna en la muerte, que no conocemos?. En la conversación estaba presente mi padre, una persona de edad avanzada y delicada salud que sonriendo a mi hijo le dijo: “seguramente me queda poco tiempo de vida, pero tengo la conciencia tranquila sobre como me he conducido en la vida. He cumplido mis responsabilidades y he procurado no hacer mal a nadie. La muerte no podrá estropearme este rato tan agradable en que estoy charlando con vosotros”. Le recordé a mi hijo la frase de Epicuro: “La muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no”, y se quedó pensando con cara de “esto tiene truco”. Recordando aquella conversación, viene a mi mente la costumbre japonesa de escribir “jisei” (poemas de despedida de la vida). Es una costumbre iniciada por monjes y samurais chinos desde el siglo VIII y que desde el siglo XVI se popularizó entre los japoneses. El modo en el que tratan la muerte es muy distinto, pero lo común en todos ellos es ese momento de serenidad y encuentro con la muerte en que se producen. “Creía que viviría / dos siglos, o tres. / Pero ya me llega la muerte, / cuando soy un muchacho / de apenas ochenta y cinco años.” (Hanabusa Ikkei), “ Vine al mundo con las manos vacías, / descalzo lo dejo. / Venir, partir: / Dos sencillos sucesos / que se entrelazan.” (Kozan Ichikyo), “La primavera ha llegado / a mi mundo: / ¡Adiós!.” (Bainen), “Y si me convierto / en espíritu, / la fiesta se ha acabado” (Koju), “El año se acaba: / no he dejado mi corazón / atrás.” (Hankai). Espero poder compartir estos poemas con mi hijo algún día. Sabré entonces que está cruzando una nueva frontera.
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