Como Dios manda
Cosa magnífica las interpretaciones de los resultados electorales por parte de los políticos. Es inagotable la lista de interpretaciones torcidas de los resultados que van desde lo irrisorio hasta lo indignante recorriendo todas las escalas del morro imperturbable, con lo que vuelve uno a sentir que nuestros políticos viven en un mundo diferente del resto de los mortales. Pero dentro de ese maremágnum de despropósitos, algunos de ellos nos quitan la sonrisa y nos preocupan. Hablo en concreto de la interpretación de la victoria electoral del PP expresada por su presidente, Sr. Aznar. Dice este señor, con su gesto de no gesto, que el pueblo ha expresado un claro mandato a Rajoy para que haga lo que tiene que hacer. Y a mí, qué quieren que les diga, se me hiela la sangre. En primer lugar porque “el pueblo” al que se refiere es exactamente tres de cada diez ciudadanos con derecho a voto, el resto, que también son hijicos de Dios, no le ha dicho a Rajoy ni mú, salvo que no quieren que gobierne él. Segundo: el “tú vótame, que ya haré yo lo que me da la gana” es un sentimiento perverso y antidemocrático. Así nos metió este señor en la guerra de Irak, ignorando un sentir del pueblo pocas veces tan mayoritario. Tercero: que Rajoy haga lo que tiene que hacer significa por lo menos tres cosas: que hará algo que aunque sospechemos lo desconocemos, porque no lo ha dicho y eso es antidemocrático y fraudulento, que eso que hará será coherente con el neoliberalismo rampante que trata de salvar (sin mucho éxito hoy) las cifras macroeconómicas y a los adinerados poderosos que son según ellos la sal de la tierra y motor de riqueza y bienestar y, por último, que según ha repetido hará las cosas como Dios manda y la historia nos demuestra que cada vez que un político se autoproclama oráculo de la divinidad, las cosas acaban muy malamente. Sr. Aznar, no hay nada de mandatos semejantes, sino balbuceos en la oscuridad de un pueblo que no entiende lo que está pasando, amendrentado y cabreado. Rajoy lo sabe y por eso en el balcón de Génova dijo doscientas veces “entre todos”. Ya ve lo que se le viene encima. Y está igual de acojonado, pero sin el consuelo de poder salir a la calle a manifestarse contra sí mismo cuando se coma el marrón deponer en práctica las instrucciones celestiales.
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