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El Puente. León Molina

2007

Ecos de Jaldún

Ecos de Jaldún

Ibn Jaldún (1332-1406) es considerado por muchos el padre de la historia moderna. Este político y estudioso hijo de una familia andalusí que permaneció en Sevilla y otras partes de Andalucía durante los siglos X al XIV,  vivió su mundo, el de la decadencia del Islam, en primer plano. Llevó a cabo misiones de tanto relieve como interceder personalmente  en favor del Reino de Granada ante Pedro I el Cruel o entrevistarse con Tamerlán cuando éste asediaba Damasco, empresas en las que  por cierto no tuvo mucho éxito. Fue perseguido y encarcelado y una vez dejó atrás su fracasada y paradójicamente prestigiosa actividad política y diplomática, se dedicó por entero al estudio. Para completar el retrato de este hombre tan notable, diremos que fue pionero en el estudio de conceptos económicos como el precio, beneficio, formación del capital y sobre todo de las leyes del mercado siendo el primero que aboga por la libre competencia. De su experiencia directa en la alta política de su tiempo, de sus amplios conocimientos filosóficos y de su talento procede su nueva visión de la historia a la que se dedicó por entero durante las últimas décadas de su vida. Ibn Jaldún fue quien por primera vez propuso que el conocimiento del pasado no debía detenerse en el relato de los hechos (lo que él llamaba visión externa), sino que debía añadir un razonamiento lógico de los mismos y trazar una interpretación con vocación de futuro (visión interna). Y todo ello debía ser estudiado no acerca de los individuos y sus peripecias, sino desde el punto de vista de las civilizaciones que son para él el auténtico agente de la historia. A todo ello se añade la exigencia del rigor en la comprobación de los hechos relatados y la separación de las interpretaciones de cualquier elemento religioso. 

Deberíamos volver atrás para recordar que estamos hablando de un árabe musulmán andalusí que vivió en el S. XIV y tras ello pensar en nuestro mundo, sus civilizaciones y las relaciones entre ellas, así como las relaciones de esas civilizaciones con el planeta que habitamos. Podríamos así  hacer el juego o ejercicio de pensar qué dirán los historiadores futuros, con el lejano aliento de Jaldún, de nuestro tiempo.  ¿Nos incluirán en un período global de barbarie antigua?, ¿habremos sido un sueño nuevamente fracasado?, ¿habremos sido los destructores del planeta?, ¿algo positivo poco previsible?. En cualquier caso, según sentencia de Jaldún, los individuos, usted y yo, seremos un número en los datos demógraficos. No habremos sido nada.

Peatones y peatonas

Peatones y peatonas El ayuntamiento de Fuenlabrada ha instalado recientemente unos semáforos en los cuales los iconos que representan al peatón cambian alternativamente de hombre a mujer. La distinción entre peatones y peatonas se consigue dando al icono de mujer  una figura con falda y pelo largo. Las autoridades han tenido buen cuidado en la programación de los artefactos para que ambas figuras cambien cada dos segundos. De este modo, por poco que se espere el cambio,  todos las personas, hombres o mujeres, pueden disfrutar de forma igualitaria de su específica y profunda condición de peatones o peatonas. Se trata sin duda de un gran avance en la lucha por la igualdad de género. Porque aunque yo siempre había visto un muñequete sin atributos de sexo alguno, si me paro a considerar, es cierto que veía en realidad un meñequete y no una muñequeta, por lo que en lo más profundo de mi estructura psicológica sin duda debo ser un podrido machista. En una paso más allá, las señales que anuncian el semáforo también han sido diferenciadas sexualmente, solo que en este caso a la figura femenina le han puesto coleta. Este avance igualitario desde luego plantea algunos problemas. En primer lugar, puede que muchas mujeres no se sientan correctamente representadas en una figura con falda y pelo largo o coleta. De hecho uno de los aspectos de la liberación ha pasado sin duda por la libertad en este sentido y las mujeres usan pantalones, se rapan la cabeza, etc. De modo que bien pudieran pensar que el icono responde a estereotipos anticuados y machistas. Esto se podría solucionar añadiendo alguna figura de mujer rapada y con pantalones, pero en ese caso habría que marcar los pechos en la figura para distinguirla y por ahí también íbamos a tener problemas. Pero hay otro asunto preocupante. La identidad sexual hoy en día es algo amplio, multiforme y reconocido y respetado incluso legalmente. Resulta entonces que los gays no se encuentran representados en icono alguno, lo mismo que sucede con lesbianas, y transexuales y transexualas, para los que las representaciones icónicas de peatones y peatonas serían insuficientes. Eso sí, no pregunten cómo deben ser las figuras que los representan a cada uno que me meten ustedes en un lío. El semáforo igualitario va a costar una pasta, pero esto es un gran avance que nos distingue por ejemplo de los simplones y machistas norteamericanos que ponen en sus semáforos “camine” en verde y “no camine” en rojo, sin darse cuenta siquiera de la riqueza democrática que puede encerrar un semáforo o semáfora.

Homo sapiens

Homo sapiens El homo sapiens habita la Tierra desde hace unos doscientos mil años en que se desarolló en Africa. Pero la historia es mucho más antigua. El homo se desarrolló hace dos millones y medio de años en ese mismo continente como pariente evolutivo directamente emparentado con los simios. Durante esos más de dos millones de años, se desarrollaron distintos tipos de homínidos, algunos de las cuales ya habían desaparecido cuando comenzó la aventura del homo sapiens (como se demuestra en Atapuerca) y algunos de ellos incluso convivieron con éste. Aunque la expresión más exacta no sería la de que convivieron sino la de que compitieron. Existen pruebas científicas que manifiestan claramente la coetaneidad de homo sapiens con neandertales y con otros homo presumiblemente no menos inteligentes que éste. Y por supuesto con varios tipos de hominoides porque hace “sólo” seis millones de años que orangutanes y bonobos se separaron de la familia común cuando algunos de ellos se pusieron de pié y consecuentemente comenzaron a usar la mano, por lo que compartimos una larguísima historia común en la tierra y un noventa y ocho por ciento de material genético. El poderoso nuevo homo sapiens se convirtió en una perfecta máquina de competir, en un ser más eficaz que ningún otro en conseguir comida y  territorio acorralando a los demás animales a veces hasta la extinción. Y  lo hacía con cualquiera que su pusiera en su camino aunque fueran sus parientes (por si queda alguna duda, somos igual de homínidos que chimpancés y gorilas, igual de homos que un australopythecus e igual de sapiens que los neanderthales). A buena parte de ellos ya los hemos extinguido, con los demás estamos en ello, pero creo que nos queda poco para conseguirlo. Pero no contentos con ello, hemos batallado sin descanso incluso con nosotros mismos, homo sapiens contra homo sapiens. Desde luego es imposible saber como terminará la historia, pero la situación en que viven los humanos de los países más pobres del globo reúne todas características del comienzo de una extinción masiva. Y hay razones también fundadas para pensar lo mismo –por razones muy distitntas- acerca de los humanos del mundo desarrollado. Sólo que en este caso la variante sería muy novedosa: una autoextinción. Este sería el auténtico broche de oro del paso de los brillantes humanos por el planeta. Pero no importa, siempre nos quedarán las bacterias para empezar de nuevo; los nuevos teocon deben ir pensando en llevarse a Dios más lejos.

Iberia, Hispania, Spania

Iberia, Hispania, Spania Esta ciudad tiene un hermoso parque y en él un más que interesante museo. Resulta muy agradable el domingo en la mañana pasear por sus rincones y acercarse por el museo para ver si hay alguna exposición temporal. A mí me gusta especialmente hacerlo así; encontrar por sorpresa más  que en visita programada. No es una práctica que pueda recomendar, porque de este modo me habré perdido algunas muy interesantes, pero a cambio he sumado al placer de disfrutar de algunas muestras muy interesantes el placer de la sorpresa. Paseando así, este domingo visité en el Museo la exposición “Iberia, Hispania, Spania..Una mirada desde Illici”,  que finaliza en Albacete un largo periplo por las mayores ciudades españolas. La muestra  recoge un gran número de piezas que nos cuentan la evolución cultural del sudeste de la península durante el milenio comprendido entre el 500 a.c. y el 500 d.c. La mayor parte de las piezas proceden del yacimiento de La Alcudia en Elche (la antigua Ilici), entre las que cabe destacar la dama de Elche,  aunque se muestran otras procedentes de distintos puntos de la provincia de Albacete como el caballo de La Losa. La exposición por tanto es de gran relieve y una oportunidad inmejorable para ver en directo esas piezas que poblaron nuestros libros escolares. Sin embargo confieso que me detuve con especial atención en una vitrina donde se exponían distintos instrumentos y herramientas destinados a la actividad agrícola de la época de iberos; horcas, rejas de arado, hachas, etc. Son instrumentos que usaron nuestros antepasados hace dos mil cuatrocientos años. Lo sorprendente para mí era que esos tipos de instrumentos y por tanto esa forma de trabajar ha sobrevivido todo este tiempo. Son herramientas iguales a las que todavía se pueden encontrar en los cámaras de nuestra aldeas. En definitiva, nuestros abuelos trabajaron con herramientas  que no evolucionaron apenas en todo ese tiempo. Casi tres milenios. Y ahora, de golpe, toda cambia de un modo brutal. Se produce un tajo colosal en la historia y los instrumentos que usaron nuestros abuelos son ya historia del mismo modo que éstos de la exposición que usaron los iberos. Es algo sorprendente, extraño, que en el museo nos enfrenta a las paradojas de nuestra civilización; un mundo que ha perdido toda relación con nuestras tradiciones de más de tres mil años de antigüedad. Es algo que sabemos. Pero he de confesar que una extraña inquietud recorrió mi espalda como un escalofrío ante aquella horca en los silenciosos salones del Museo.

La música

La música Venía el otro día del trabajo camino de casa a la hora de comer con un barullo de asuntos profesionales en la cabeza. Digería como podía el atasco de cada día, cuando de pronto sonó en la radio el tema Santa Lucía en la voz de Miguel Ríos. Y  fue algo así como si alguien me hubiera tomado por el brazo estirándome violentamente y me hubiera sacado del lugar en que estaba, dejando atrás de golpe todos los pensamientos en que estaba enfrascado. Como si me hubieran arrancado del tiempo y el lugar y hasta de mi vida. Fui transportado en un vuelo largo pero instantáneo hasta otro tiempo, otros lugares y una vida que fue la mía y que es muy distinta de la que hoy vivo. Cuando fui consciente de todo ello, descubrí en mi coche, sentado al volante, a un señor gordo y canoso con mi misma cara, que venía de un trabajo extraño y soportaba con medio mosqueo el atasco de coches. Ese hombre tenía un nudo en la garganta. Toda su cabeza estaba llena de una melodía y de unas frases, “El teléfono es muy frío, tus llamadas son muy pocas, yo sí quiero conocerte y tú no a mí. Dame una cita, vamos al parque...”. Este hombre un tanto avergonzado por su emoción me miraba bastante extrañado. Allí estábamos los dos, mirándonos y  preguntándonos con la mirada si uno de nosotros era real y el otro sueño y, en ese caso, quién era quién. Todo se desató con una canción, con un viejo tema que habita rincones queridos de la memoria. La música, se piensa, es parte de nuestra identidad. Yo más bien creo que la música juega a su antojo con nuestra identidad como un genio caprichoso. La música maneja nuestros sentimientos, nuestros recuerdos, nuestros estados de ánimo y hasta nuestra propia imagen. La música es capaz de desordenar las estanterías de nuestra historia personal y crear una confusión de años y sucesos.  La música puede llegar a encarnarse en nosotros y convertirnos en una melodía alrededor de la cual da vueltas un extraño. La emoción que puede hacernos sentir creo que proviene de ese desorden, de la capacidad de hacernos ser algo más extraño y complejo que el aburrimiento de ser sólo nosotros mismos. De modo que allí estábamos yo y yo emocionados y contentos por esta sacudida que de modo inesperado nos sacó de la más que previsible rutina de un lunes desplazándonos del trabajo a casa. Poco a poco todo volvió melancólicamente a la normalidad, pero la música supo dejar como una foto en una chincheta su momento especial de la semana. Y es que muchos viven con intensidad la música, mientras otros lamentablemente, escuchan a Sabina.

La opulencia

La opulencia “Estamos instalados en la opulencia y nos resulta ya indiferente”.  Con esta frase me sorprendió el otro día mi amigo Antonio, que es economista,  e hilando el tema siguió: “la renta per càpita de los habitantes de la Comunidad de Madrid es mayor que la muchos paises ricos de la UE, eso es algo que no saben los propios madrileños y además creo que les da igual, para ellos tener tanto es la normalidad”. Sobre la economía española decía: “el modo en que crece la economía española es algo increíble, el pasado año se crearon 800.000 puestos de trabajo, lo cual es una salvajada. A mí gustaría entenderlo, pero no lo comprendo”.  Aparte de la enorme sorpresa de escuchar a un economista decir que no entiende algo de economía  (primicia mundial), las reflexiones y extrañeza de Antonio me llevaron a mí considerar  a dónde nos conduce esto y especular con qué sentido tiene. Y, aunque se enfaden mis queridísimas hermanas, que dicen que soy un cenizo pesimista, creo que toda esta riqueza sin medida, este despilfarro, nos conduce paso a pasito a una mayor  miseria espiritual.  Cuanto más ricos, somos un poco más egoístas porque tenemos más que perder, tenemos menos tiempo para disfrutar de la vida, porque somos esclavos del costoso mantenimiento de nuestros bienes y patrimonio, somos menos felices porque el deseo de tener no se cumple nunca,  nos convierte en caballos que tiran del carro para alcanzar la zanahoria que permanece siempre a la misma distancia. La riqueza nos hace más incultos porque para tener, los conocimientos útiles son los conocimientos instrumentales resultando bastante inútiles en este sentido, la especulación o el goce estético. Si pienso en el sentido que puede tener toda esta acumulación y despilfarro, entonces sí que me pongo pesimista, porque la conclusión a la que llego es que los occidentales estamos completamente perdidos  y sin norte, completamente deslumbrados y sin ver nada. Con ser todo esto malo en sí mismo, tiene otro componente perverso; en la medida que somos más ricos, los pobres son más pobres, porque en el mundo la riqueza hoy se crea a base de tecnología que es cara, cambiante y difícil por lo que a los países sin desarrollo les resulta cada vez más inalcanzable. Nuestra economía es una máquina colosal de exclusión y fabricación de pobreza de puertas afuera. Con todo ello, la vuelta a un tipo de vida más sencilla, espero no nos llegue por la vía apocalíptica posible si esas tres cuartas partes de la humanidad sacan el cuchillo.

El cosmos y el aparcamiento

El cosmos y el aparcamiento El universo es enorme y está poblado de numerosos cuerpos y accidentes celestes. Es sobrecogedor leer sobre su origen, su desarrollo, sus características. Pero todo esto, ¿de qué me sirve para encontrar aparcamiento cada día?. Cuando yo busco con desesperación y mal humor un agujero, aunque sea negro, para meter mi coche dos veces al día, maldita la gracia que tienen las nebulosas y sus extrañas formas y luces fotografiadas por el Hubble. No sé qué es más inútil, si leer sobre el cosmos o perder todos los días un buen rato aparcando, pero lo que está claro es que esas dos circunstancias unidas en una misma persona son la confirmación de que la vida es un frenesí, que decía aquél. Eso sí, en el cosmos, de momento, no hay policía municipal que se sepa y aunque hubiera, sin casco iban a pillar más bien pocos por allí. Tengo para mí que cuando se hayan dado los primeros pasos para poblar el espacio, de las primeras cosas que se llevarán a las ciudades flotantes serán policías municipales.  Y no les extrañe que los elegidos para poblar el firmamento de multas sean los municipales de Albacete. Estos chicarrones y chicarronas tan equipados y lustrosos, no pasarán desapercibidos para las autoridades interplanetarias. Cuando llego cada día a casa con hambre y cansancio tengo que soportar embotellamientos porque paso por un colegio y los señores papás y las señoras mamás aparcan en doble y triple fila mientras esperan arrobados ver la carita de su nene o nena. Charlan y miran con desdén a los que hacemos cola. Todos los días en el mismo sitio durante años; la calle no debe figurar en los mapas que manejan los municipales. Y más adelante la fila de infelices nos dedicamos a hacer gymkhana entre los simpáticos conciudadanos que dejan el coche en doble fila mientras echan una caña en otra calle que se borró de los mismos mapas. Claro que a veces están todos en mi plaza multando motoristas sin casco. He visto “operativos” de hasta 6 guardias trincando chavales, mientras los cañistas seguían viviendo bien la vida con su coche en doble fila. Eso sí, si algún día viendo que me tendría que volver al trabajo sin comer, aparco medio regular, se produce invariablemente un túnel en el continuo espacio tiempo por el que aparece de pronto, como en un efecto especial cinematográfico, un municipal con el cinto lleno de bolígrafos cargados y con ellos se dedica a escribirme cartas de amor que me deja emocionado en el parabrisas. No falla. ¡Con lo grandísimo que es el universo, ¡eh?!.

El moderado

El moderado Hay un tópico repetido en la política española más reciente, que no deja de sorprenderme. Se dice que Rajoy es un político moderado. No puedo comprender el origen de esta afirmación, como no sea que se le atribuye moderación por comparación con sus colaboradores más cercanos. En este caso, no debería decirse que Rajoy es moderado, sino que es en algún grado menos furibundo que aquellos, lo cual no tiene porqué librarlo de la inmoderación, porque la guardia pretoriano elegida por él  -o por Aznar, no lo sé- de  Acebes, Zaplana,  Arenas..., son tan bulleros que aún dejan mucho hueco para vocear mucho, voceando menos. Por otra parte, si él dirige una organización y sus máximos responsables actúan  de un modo que el jefe considera inadecuado, debería darles un toque y pararles los pies, y  si no lo hace es que está de acuerdo con ellos y quizás sólo mantiene una estrategia de imagen. En cualquier caso, Rajoy  es el  responsable último de una política asilvestrada y de confrontación sistemática al gobierno sobre absolutamente todo cuanto éste hace o dice. No busca un debate de ideas, ni es posible que el bien del país sea lo que rija ese discurso, porque si fuera así, necesariamente existiría algún que otro punto de encuentro. O dicho de otro modo, si absolutamente siempre el gobierno actúa fatal como dice Rajoy, eso demuestra que no hay juicio sino sólo ataque, porque nadie pueda errar siempre. La gravedad del asunto estriba en que un país necesita que sus políticos aparquen sus diferencias en determinados asuntos que por su naturaleza y trascendencia, exigen un esfuerzo común. Esto sucede en España por ejemplo con la lucha contra el terrorismo. En este asunto, Rajoy ha negado al gobierno el pan y la sal, lo ha atacado inmisericordemente con una furia a la que no ha importado caer en la falsedad y hasta la infamia, ha utilizado demagógicamente a las víctimas como si fueran un capital político, se ha negado incluso a participar en una manifestación contra el terrorismo con razones de patio colegio sólo por no estar junto al gobierno en nada, se ha negado siquiera a negociar, (el planteamiento de o haces lo que yo digo o nada, no es negociar). Realmente me cuesta mucho trabajo ver por alguna parte la moderación de Rajoy. Tanto que ya no me canso buscando y me quedo tranquilo en mi conclusión:  Rajoy es un político extremo de una derecha radical al que no le preocupa reventar la política del país. El delirio de que el poder le fue usurpado en las elecciones, le puso rabioso y ya sólo embiste y muerde.

Lobos y pastores

Lobos y pastores

La semana pasada grupo de pastores nómadas de Somalia dormían alrededor de los fuegos de sus improvisados campamentos. Quizás algunos de ellos apuraban los últimos instantes antes del sueño mirando al cielo, con la esperanza de que sus vidas cambiaran. Pero sus vidas no cambiaron. Sencillamente se terminaron. Desde ese cielo que miraban, llegó el Apocalipsis en forma de bombas. Setenta pastores murieron  a causa de la nueva enfermedad llamada “daños colaterales”,  aunque sus familiares seguramente no necesitarán el eufemismo y  le llamarán simplemente asesinato. Un bombardero de los EEUU en busca de lobos, acabó con los pastores.

La forma en que la administración norteamericana está llevando su supuesta guerra contra el terrorismo es otra forma de terrorismo, tan indecente como el que persigue. Y desde la pura lógica se puede concluir que si contra el terrorismo se usa el terrorismo, el resultado es más terrorismo. Uno más uno es igual a dos. Sólo es posible combatir el terrorismo desde la más escrupuloso diferencia con él. El ejemplo no lo tenemos lejos, lo tenemos en nuestro país. España está ganando al terrorismo desde el estado de derecho, con actividad policial vigilada por los jueces, con respeto a los derechos individuales, con colaboración internacional y, hasta la presente legislatura, con unidad de acción de los demócratas. Si España actuara de modo similar a EEUU, la aviación española habría bombardeado la campiña francesa, las tierras de Cuba, México, Venezuela y otros cuantos países destrozando la seguridad internacional y el País Vasco viviría sin duda alguna una sangrienta guerra que los nacionalistas habrían convertido en guerra civil.  A los terroristas los carros de combate, los cazas y las tropas se la traen floja porque ellos no son un ejército. Y la sangre y muerte de inocentes son el combustible que alimenta su maquinaria. Hace algún tiempo Hillary Clinton vino a España a aprender sobre Seguridad Social. Si el sucesor del descerebrado Bush decidiera venir a España a aprender sobre lucha contra el terrorismo, también le podríamos enseñar unas cuantas cosas. En esto también somos dolorosamente buenos (no perfectos, como ha demostrado el vergonzoso espectáculo de las manifestaciones del pasado fin de semana).  Hasta el primer crío que se encontrara le podría explicar que no se soluciona el terrorismo llevando países a la guerra y mucho menos despanzurrando pastores muertos de hambre.

El mirador

El mirador Parece que el proyecto de crear un mirador en el depósito de La fiesta del Árbol sigue adelante. Cuando esté construido se va a invertir el sentido de la mirada. En La Mancha se llega a todas las poblaciones desde inacabables rectas apuntadas con precisión hacia la torre de las iglesias. Pero Albacete se hizo muy grande y la torre de su modesta Catedral había sido tapada por los edificios. De este modo se sustituyó el referente y   durante décadas toda la extensión de la llanura miraba hacia el depósito. Cambiamos el campanario por la cruz de una nueva devoción, la devoción del agua. Así tendremos la oportunidad de situarnos en el punto que centró durante tanto tiempo nuestras miradas y ver quizás las huellas de nuestros pasos. Esta será la única atalaya existente en la ciudad surgida en mitad de una llanura inconsolable sin más razón que la pura casualidad. Pero ahí está y en ella hemos ido consumiendo la vida. Subiremos al engañoso torreón y descubriremos los lugares que nos vieron desgranar la íntima epopeya de nuestra vida. Sin duda se verá lo que quede del río Palo, donde hicimos las primeras escapadas en bicicleta fuera de la vigilancia de los padres, La Pulgosa que siempre fue un parque cercano a casa y al que aún nadie le había puesto el horrible nombre de parque periurbano,  La Pulgosa de estrenar bici el día de reyes, de las primeras excursiones en pandilla con sabor a aventura y a libertad, La Pulgosa de La Mona, una estupenda tontería que nos libraba una tarde del colegio. La masa verde del parque donde nos entregamos con pasión adolescente a la caza de las muchachas en flor. Chinchilla sacando pecho nos mirará agradecida de los tiempos en que íbamos los chavales a plantar pinos a su escueta sierra. Veremos todas las carreteras que como radios de una gran rueda nos abrieron los caminos del mundo; por ellos fuimos a conocer otros lugares de más enjundia y las páginas de nuestro destino que siempre nos pidió el regreso. Y veremos también una larga cuerda de gentes que nos miran; los habitantes de todos los pueblos de la provincia que el fulgor de esta ciudad está despoblando, y otras personas de todas partes del mundo que vienen a recalar aquí quizás sin saberlo, a lomos de las necesidades. Y a nuestros pies, Villa Casualidad, nuestro pueblo. Quizás algún día, si se sostiene en pie, las gentes podrán ver desde el mirador de La Fiesta del Árbol el ancho espacio lleno de casas, luces, avenidas... Y con suerte, recordarán a alguno de nosotros, los que vivimos aquí cuando Albacete era todavía un pueblo.

Vergüenzas

Vergüenzas Creo que la mayoría de nosotros conservamos en la memoria cosas que hicimos alguna vez y de las que nos avergonzamos profundamente. Son cosas, las más de las veces que ocurrieron en la época adolescente en que nuestra personalidad tiene todavía el cemento blando. Yo recuerdo dos o tres gilipolleces que cometí  y que no he podido olvidar nunca, que regresan a mí con una persistencia que me sorprende después de tanto años. Desde luego estoy hablando de cosas que, bien miradas, no tienen gran trascendencia ni son espectaculares al estilo de Günter Grass, que ha reconocido ya en la ancianidad que en su adolescencia militó voluntariamente en las Waffen SS de Himler. La espectacularidad viene en este caso por la fama del individuo, por su aureola de intelectual comprometido desde posiciones de izquierda ecopacifista y, sobre todo, porque lo mantuvo en secreto durante sesenta años.  Pero no hablo de estos castillos de fuegos artificiales que llenan los periódicos en ocasiones, porque hablo de todo aquello que habita en los pozos de la memoria de la gente común y anónima, es decir de todos nosotros. Hablo de cosas posiblemente irrelevantes; un evidente desprecio o injusticia que cometimos con alguien que no lo merecía, un acto que hacía trizas la moral o incluso tan sólo la educación que habíamos recibido, un juego peligroso e innecesario con la ilegalidad. En fin, pequeñas cosas que al día siguiente nos afectaron profundamente y nos hicieron sentir vergüenza.  Estos recuerdos, para quien profesa alguna religión, suele identificarse como una manifestación de la natural inclinación del ser humano a caer en el pecado. En casi todas ellas existen ritos para sacar estos recuerdos fuera, como quien saca la basura a la puerta por la noche y quedar de este modo aliviados en una ilusoria limpieza interior.  Yo sin embargo considero que esos recuerdos molestos o hasta incluso amargos, deben ser guardados en esas cloacas de la personalidad que funcionan en nuestra ciudad interior. Esos recuerdos son como señales que guardan los caminos por los que no debemos transitar, como grandes espejos que nos muestran nuestro rostro de hace años y nos dicen: ya pasaste por aquí, esta es la cara que tenías cuando fuiste un miserable. Señales en definitiva que nos orientan en momentos de duda. Están bien donde están y desde luego no creo que se deban contar a nadie para conseguir la ilusa satisfacción de habernos librado de ellas. Y si no es usted un serafín bajado de los cielos, seguramente me estará entendiendo, ¿verdad?.